No seré yo quien hable de Política y de políticas respecto al Libro y la Cultura. Pero…
En la misma semana coinciden el Día del Libro y las Elecciones Generales. ¿Utilizarán los candidatos esta coincidencia?
Que el mundo está en los libros es una verdad –verdad que muchas veces proviene de las ficciones que nos proporcionan estos- que tenemos asumida. Incluso la cultura oral, la que no precisaba de garabatos, la que pasaba entre generaciones sin necesidad de grafismos, está en los libros, si bien, entonces, ya figuraba en el maravilloso libro del cerebro evolutivo.
Tarea más peliaguda es demostrar que el mundo que está en los libros vale de referencia en el mundo que conocemos y, como consecuencia, si el libro, tal como lo conocemos, está en el mundo, tal como conocemos éste.
A simple vista, esto puede parecer una perogrullada. Efectivamente, los libros están en el mundo y gozan de buena salud, a pesar de todos los reparos, a la par que avances, tecnológicos con los que se está topando en este primer cuarto de milenio. Muchos de estos libros, incluso, han influido de manera determinante en el devenir de la Historia, tanto desde la perspectiva social, como desde un plano más íntimo. Y siguen influyendo; por lo tanto, ¿cuál es el problema?
Los libros están en el mundo y su caducidad aún no tiene fecha; por más que las historias que se cuentan y se contaban en ellos o el vehículo de transmisión de esas historias se afanen en cambiar de ubicación. Internet lucha, después de centurias de veneración al libro en cualquiera de sus formatos, por hacerse con los hilos de la transmisión de historias, como otrora lo hiciera la oralidad, sólo que, lejos del territorio restringido del filandón, desde la globalidad de un mundo que se estrecha cada vez más; como si los convocados a un filandón dispusieran de un micrófono de largo alcance que llegase hasta los lugares más recónditos del planeta tierra y, a no tardar, más allá.
No quiere decir esto que el libro, tal como se le conoce, vaya a desaparecer; pero sí que debemos acostumbrarnos a que las historias que nos cuentan, contamos y nos contamos, pues esa es la base de la literatura, contar historias, como cuando la oralidad campaba por sus respetos y era germen de un lenguaje posterior, cuenten con las redes para llegar más lejos.
No puedo ni quiero augurar que el lenguaje vaya a sufrir una gran transformación, pero parece lógico que nuestros conceptos varíen, como, por otra parte, ya están haciendo. Las historias, los recuerdos, la memoria, las emociones, han encontrado un nuevo territorio desde el que crecer y renovarse, y ese territorio se expande con celeridad. En nosotros está construir los diques necesarios para que, como advierte el dicho popular, el agua no llegue al rio.
Curiosamente, coinciden en una misma semana de abril, la celebración del día del libro y las elecciones generales a la Presidencia del Gobierno y eso ocurre, inmediatamente, después de semana santa, ceremonias religiosas, procesiones, atascos y huelgas de transportes, fervor vacacional, el agobio está servido. Seamos o no creyentes, en este caso católicos, por lo del rito, los inconvenientes reales nos condicionan y nos cansan. Volvemos de un merecido descanso sin haber descansado y, seamos o no creyentes, pero agradecidos a la iglesia porque siga controlando, tantos siglos después, nuestro calendario vacacional, y nos encontramos con las elecciones. Una libertad, votar, independientemente de haber disfrutado o no del asueto vacacional, un valor que corresponde a los que nos precedieron y que no conviene malgastar.
Las vacaciones, sabemos, nos dejan siempre un regusto amargo, porque las perspectivas superan, casi siempre, a la realidad. Esa realidad sometida a juicio constante. Sobre todo a los políticos, que esperan, tranquilamente, a que el asueto termine y nos enfrentemos a la única posibilidad posible, depositar un voto en una urna y dejarse llevar.
No hablaré de Política, pero a la vuelta de la esquina están las elecciones y eso es política y, más que nunca, eso dicen, inventan, arguyen; la política tiene un relato o muchos relatos, distintos, enfrentados o no.
Sé que el relato, tal como se conoce desde el punto de vista literario, parte de una mentira que busca la verosimilitud, por lo menos. La verdad está devaluada. Eso por ser suaves. En la realidad, los relatos tienen garras y están sucias. ¿Cuánto habremos de cambiar para que el pasado sea una metáfora del futuro?
Enigma resuelto. De modo que centrémonos en el día del libro. Importante para discernir si el libro y, por añadidura, la cultura se mueven al compás de los acontecimientos sociales.
Sigo pensando que libros y cultura no entran en el vocabulario de los políticos, salvo cuando se trata de sus propios libros, escritos o no por ellos, una nueva moda editorial. Es lícito, pero, también, una pena.
Un signo de los tiempos. Cada vez se habla menos de lo que, verdaderamente, importa. ¿De qué se habla? De política; el poder como objetivo.