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El Mendoza más mendociano

Carmen R. Santos

Carmen R. Santos

El rey recibe. Eduardo Mendoza

El pasado año Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) publicó un breve pero sustancioso ensayo, imprescindible para comprender mejor el órdago secesionista catalán: “Escribo estas páginas para cuestionarnos nuestras ideas en lugar de encogernos de hombros ante el prejuicio, la negligencia y la incomprensión”, señala en ¿Qué está pasando en Cataluña? (Seix Barral).

No obstante, había despertado, expectativas la aparición de una nueva novela del escritor catalán, la primera que vería la luz después de la concesión del Premio Cervantes. En el discurso de recogida del galardón, Mendoza desgrana su admiración y relación con el autor de el Quijote y su obra cumbre, apuntando, entre otras reflexiones: “La lectura del Quijote fue un bálsamo y una revelación. De Cervantes aprendí que se podía cualquier cosa: relatar una acción, plantear una situación, describir un paisaje, transcribir un diálogo, intercalar un discurso o hacer un comentario, sin forzar la prosa, con claridad, sencillez, musicalidad y elegancia”.

Igualmente se refiere a la importancia del humor, un particular humor, en el Quijote, y en general al elemento humorístico, que reivindica: “En mis escritos he practicado con reincidencia el género humorístico y estaba convencido de que eso me pondría a salvo de muchas responsabilidades. Ya veo que me equivoqué. Quiero pensar que al premiarme a mí, el jurado ha querido premiar este género, el del humor, que ha dado nombres tan ilustres a la literatura española, pero que a menudo y de un modo tácito se considera un género menor. Yo no lo veo así”.

Con los elementos aprendidos en Cervantes, Eduardo Mendoza ha ido elaborando una obra que se alza insoslayable en nuestras actuales letras, desde la aparición de su primera novela, La verdad sobre el caso Savolta (1975) -Premio de la Crítica-, que en buena medida supuso un antes y un después en la novelística española de las últimas décadas del pasado siglo. Luego, con El misterio de la cripta embrujada -donde crea a su singular detective aquejado de “locura” que vuelve a sacar en títulos posteriores, el último El secreto de la modelo extraviada-; La ciudad de los prodigios; Sin noticias de Gurb -hilarante vuelta de tuerca al género que tiene como protagonista a un extranjero que nos visita, en la línea de las célebres Cartas marruecas, de Cadalso-, o Riña de gatos. Madrid 1936 afianzó una cosmovisión y un estilo en los que se produce una perfecta simbiosis entre lo serio y lo cómico. El rey recibe es una novela ambiciosa, que, si bien puede y debe leerse como aislada, su autor la ha concebido como primera parte de una trilogía que, en palabras del propio Mendoza, “se propone recorrer algunos acontecimientos políticos y culturales a partir de la experiencia personal del protagonista”. En esta entrega se fija en los años sesenta del siglo XX, abordando fenómenos como la batalla por los derechos civiles y la igualdad racial, los movimientos, hippie, gay y feminista, o las nuevas formas de expresión artísticas, como el arte pop, y llega hasta la muerte de Carrero Blanco. Una trilogía que ya tiene título: Las tres leyes del movimiento. Pero no piensen en el franquismo -¿o quizá también sí?-, sino en las tres leyes de Newton, Mendoza dixit, y que tiene la intención de extenderse hasta el 2000.

Su protagonista, uno de los mejores hallazgos de El rey recibe, es otro peculiar personaje del escritor barcelonés, que en cierto sentido nos evoca al Javier Miranda de La verdad sobre el caso Savolta. Rufo Batalla -no hace falta señalar la elección del nombre-, narrador de la historia, es un periodista de la prensa del corazón a quien su medio le envía a cubrir la rutilante boda en Mallorca del príncipe Tukuulo, empeñado en restaurar la monarquía en su país, Livonia, caído en manos de la URSS. Aunque, de momento, lo que hace es casarse con una bella y aristocrática joven británica. Rufo Batalla y el príncipe se conocen y parecen congeniar, estableciendo una particular relación.

La novela transita por Barcelona y nos sumerge por Nueva York, donde Rufo Batalla ha ido a parar como empleado de una oficina comercial del Gobierno español. Desde la ciudad de los rascacielos, Batalla echa la vista atrás y nos relata su trayectoria, sus curiosas aventuras, sus afanes y sus amores. Un personaje del que Mendoza señala: “Ya en su madurez, habrá de admitir que las cosas han seguido un curso imprevisible”. Prometedor inicio de la trilogía anunciada, resulta El rey recibe, de un Mendoza que, a estas alturas, domina muy bien lo mendociano, según comprobamos con creces en esta novela.

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