
Ronald Schimmelpfenning. Periférica. Precio: 17 €.
Roland Schimmelpfenning es uno de los dramaturgos alemanes actuales de referencia ineludible.
La novela retrata algunas víctimas, la mayoría inmigrantes, del sistema económico y político vigente.
Un lobo aúlla, desafiante, en la portada de Una clara y gélida mañana de enero a principios del siglo XXI, novela que toma el título de su frase de partida. El autor, de nombre Roland, tiene un apellido tan desmesurado como el propio título, Schimmelpfenning, y al parecer es uno de los dramaturgos alemanes actuales de referencia ineludible. Desde luego, la fuerza dramática, con una escritura directa, no falta en su primera narración, afilada e incisiva, a tono con el omnipresente lobo.
Al amanecer de un día helador de invierno, a comienzos de este siglo, el lobo cruza, a través del Óder, congelado, la frontera que separa Polonia de Alemania, rumbo al Oeste. Se merienda en un bosque cercano a un corzo y se convierte en una presencia fantasmal y sanguinaria, sin rumbo fijo, pero en dirección a Berlín, según se deduce de otros avistamientos posteriores.
El inicio abrupto, sorprendente y desolador, marca el desarrollo del argumento y su clima, porque, al cabo, la presencia inquietante del animal extraviado que asoma el hocico de vez en cuando mediante apariciones esporádicas, convertido en obsesión para algunos personajes tras enseñorearse de la opinión pública, no es sino una alegoría de los tiempos que vivimos, del capitalismo salvaje que campa a sus anchas, a lomos de la tecnología en el tercer milenio, en realidad, desde la caída del Muro, que se recuerda en la novela: los berlineses orientales, se apunta, lo apodaron «El Anillo» y luego, sucesivamente «El Condón», «La Funda» y «La Colcha», de tal manera que Berlín Oeste pasó a denominarse la «La Celda Acolchada» o también «El Resevorio» o más genéricamente «La Reserva».
La novela en sí retrata algunas víctimas, la mayoría inmigrantes, del sistema económico y político vigente, en el vientre de la maquinaria de riqueza y empleo de la Alemania inmediata bajo el gobierno de Merkel, cuyas vidas se cruzan azarosamente a medida que se despliega la trama: dos currantes polacos, ella, limpiadora y él peón de albañil, faltos de alicientes y de oportunidades, que viven como pareja hasta que entran en crisis por una infidelidad con resultado de embarazo; otros dos jóvenes emparejados dueños de un quiosco; una turca cuya familia, con negocio de kebab, procede de Anatolia, que ha conseguido un puesto como becaria en un periódico; dos adolescentes apurados, ambos perdidos en familias de las que llaman desestructuradas, que inician como el lobo una escapada sin destino a través de la nieve y la cellisca; sus respectivos padres divorciados; un matrimonio de ancianos que resisten en su piso en un edificio en demolición; un chileno de Valparaíso bastante palabrero y aprovechado, hijo de comunista, que vive en un sótano enorme; una rusa de la lejana región del Gulag, Vorkutá…
Con un aire a la sugerente literatura de la antigua RDA, el autor va alterando, en paralelo, sus vivencias, mediante escenas cortas que casan como en un puzle, en medio de una atmósfera helada y bajo la mirada fría, semejante a la de un lobo, del narrador. Es de ver cómo resuelve las escenas, montadas al modo cinematográfico, algunas como flashes secos, con qué limpieza de estilo y eficacia en la planificación.
Desde luego, no puede negarse la originalidad del planteamiento de este dramaturgo alemán de apellido impronunciable. Julian Evans, crítico del Daily Telegraph, juzga la novela como «una fábula cautivadora sobre un conjunto de personajes disfuncionales aparentemente desconectados, cuyo destino gira alrededor del misterioso viaje de un lobo». Y creo que acierta de lleno, a medida que vamos avanzando en las historias cotidianas de nuestra sociedad del bienestar que se narran, la sombra lobuna, al cabo, deviene alegoría, y no es que venga el lobo, es que está aquí.