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El libro es una prenda de abrigo

Jesús Cárdenas

Jesús Cárdenas

Prenda de abrigo. Francisca Aguirre.
Olé Libros. Precio: 13,50 €.

«La poesía es una herramienta del conocimiento y sirve para sacar lo que llevamos dentro».

Con estas palabras declaraba Francisca Aguirre su entendimiento de la utilidad de la poesía. Autora de varios libros de poemas y de relatos. Fue premio Nacional de Poesía en 2011 con su poemario Historia de una anatomía, libro con el que había obtenido el premio Miguel Hernández en 2010.

La alicantina llevaba publicando desde Ítaca (1972), aunque su publicación llevase desparejado su adscripción a la Generación del medio siglo –junto con Pilar Paz Pasamar y Angelina Muñiz-Huberman son las tres poetas representativas. Al escaso conocimiento de su obra tampoco ayudaba el hecho de que publicase en ediciones singulares. Este halo de marginación llegó hasta 2000, el año en que su obra poética fue recogida dando cuenta de su calidad con la publicación de Ensayo general, el mismo título reeditado en Calambur da cuenta de toda su obra: Ensayo General: Poesía Reunida 1966-2017. Desde entonces han visto la luz diversas antologías, entre las cuales figuran Detrás de los espejos y, la más reciente, Ropa de abrigo, objeto de nuestro estudio.

Las antologías son útiles por dos motivos principales: primeramente, para revitalizar y reivindicar la obra de un/a poeta, y, en segundo lugar, para difundirla a un público más amplio. Sin embargo, tratándose de Francisca Aguirre, nos sirve, además, para darnos a conocer una variedad de temas, tonos y estilos a lo largo de su trayectoria poética. En este caso, la identidad de la poeta se re-descubre y se repara en esta creación.

El libro está hermosamente ilustrado con la portada y guarda de Guadalupe Grande: un collage que deja un vestido de palabras y la imagen de la niña Francisca allá por 1931. Contiene los preliminares de su hija, la poeta Guadalupe. Ese prólogo es emotivo y conmovedor, porque la hija recuerda imágenes y palabras de su madre, la poeta Francisca, y revelador ya que nos descubre los hilos de los que tirar para hallar los rasgos distintivos de una voz tan extraordinaria.

«Un libro es una prenda de abrigo, escribió Francisca Aguirre». Con estas palabras el título queda explicado, lo que, por otra parte, el lector no le costaría imaginar. Sin embargo, el mérito no reside tanto en las explicaciones sino en las sugerencias evocadoras de un diálogo entre una hija y su madre. Así, puede leerse «esta selección de textos proviene de una conversación». Guadalupe no sólo cumple trazando un mapa poético lúcido donde los lectores disfrutaremos de la dirección de la lectura, sino que, sobre todo, nos recompensa ofreciéndonos una geografía sentimental donde la memoria, el amor y las palabras van trenzadas.

Esta conversación fraternal está constituida en cinco apartados. Para el lector interesado en conocer la procedencia de los poemas en sus respectivas publicaciones está señalada justo entre la hoja de dedicatorias y la del índice. En el recorrido por los poemas se ven apuntalados los ejes anunciados: escribir, recordar y amar. Apuntemos, también, que el tono testimonial transita la palabra poética de Francisca Aguirre. La poeta alicantina nos habla cerca, pero esta cercanía no resta un ápice de profundidad, de la vibración de lo recordado.

Los sueños y las experiencias vividas necesitan no sólo un espacio cotidiano como también otro, imaginario. La belleza cotidiana se nos aparece en el símbolo del viaje que está perfectamente representada en una geografía, presente en uno de esos poemas que se quedaron clavados en el sueño, «Ítaca». Como un desplazamiento de ida y vuelta: «Ítaca nos denuncia el latido de la vida, / nos hace cómplices de la distancia». Y en su posible continuación, «La bienvenida»: «la historia de Ítaca se resume en lo cotidiano. / En su mirada yo escucho sin embargo / respuestas como el mundo».

El perfil de los poemas está construido desde la indagación del yo poético, una búsqueda introspectiva del espacio íntimo. En esa apertura espejea la tensión de una poesía desde la propia conciencia. «Su acento más peculiar es el de un desasosiego asombrado, en pugna, que no se entrega: el de un intimismo que escarba ciego en la vida, buscando refugios y luz en el vacío», escribía Lorenzo Oliván en las palabras introductorias del homenaje que le dedicaba la Universidad de Zaragoza, bajo la coordinación de Mª Ángeles Naval, en marzo de 2007.

En el proceso de la creación Francisca Aguirre es muy machadiana. Las incursiones en el amor, en la vida, en la infancia y en el olvido reaparecen en la escritura en un tiempo pasado pero que caen en una aparente paradoja: tiempos que se aman como se temieron. La concepción de la vida cambia y algunos versos despliegan toda la melancolía: «Y cuando ya no quede nada / tendré siempre el recuerdo / de lo que no se cumplió nunca». O este otro: «Y de pronto la vida se explica de otro modo». En el canto de desolación que es la «Pavana del desasosiego»: «El tiempo te acompaña enternecido / y en la penumbra llora una guitarra / una canción para que duerma el mundo».

La presencia confesional también puede verse reflejada en el diálogo con referentes mitológicos (Penélope, Ariadna, Cassandra o Kronos). En el intercambio de distintos poemas que propina la antología vemos la variedad de estilos poéticos con los que experimentó Francisca Aguirre: desde composiciones en verso libre, en prosa hasta formas  más tradicionales como sonetos.

La música nace del mar pero también de la tarde y de la noche. Al reparar en los distintos tipos de música, encuentra cercanía o distancia. Por las referencias musicales a Bach y Franz Schubert, debía apreciarla. Pero será buscando la esencia de la música del pueblo, la que sabe a tierra, la que le conduce a definir el flamenco como «un sordo abismo que reclama / la primera soledad, / el primer llanto en la primera noche», dedicada al genial poeta que revitalizase la letra flamenca, su marido, Félix Grande.

Entre los versos de Aguirre podemos vislumbrar la mejor poesía existencialista: desde Machado, pasando por el Vallejo de Poemas humanos hasta el Neruda de Residencia en la tierra. Los trescientos escalones y La herida absurda son libros donde se reconoce a una poeta de conciencia social. Sus imágenes se trasladan desde la asociación lógica hasta la surrealista y ensoñadora. «Suceden estas cosas» es uno de esos poemas existencialistas que nos brinda la presente compilación, con la imagen de «mis raíles» interpretada como el lugar de cercanía de la poeta alicantina.

Los sonetos se despliegan tan ágiles como las formas más libres. Constituye otra de las peculiaridades de la poesía de Aguirre, como puede verse en los sonetos de «Los cantos de la troyana». Una poeta que evoluciona hacia Agilidad por su propensión a la musicalidad de las palabras, el sigilo de una armonía de la emoción. Nunca hallaremos excesos en el verso de Francisca Aguirre, pues todo en él tiende a crear una atmósfera de suave intimidad. Armonía, fluidez, equilibrio y contención son otros de los rasgos de estilo que descubrimos en Prenda de abrigo.

ÍTACA

¿Y quién alguna vez no estuvo en Ítaca?
¿Quién no conoce su áspero panorama,
el anillo de mar que la comprime,
la austera intimidad que nos impone,
el silencio de suma que nos traza?
Ítaca nos resume como un libro,
nos acompaña hacia nosotros mismos,
nos descubre el sonido de la espera.
Porque la espera suena:
mantiene el eco de voces que se han ido.
Ítaca nos denuncia el latido de la vida,
nos hace cómplices de la distancia,
ciegos vigías de una senda
que se va haciendo sin nosotros,
que no podemos olvidar porque
no existe olvido para la ignorancia.
Es doloroso despertar un día
y contemplar el mar que nos abraza,
que nos unge de sal y nos bautiza como nuevos hijos.
Recordamos los días del vino compartido,
las palabras, no el eco;
las manos, no el diluido gesto.
Veo el mar que me cerca,
el vago azul por el que te has perdido,
compruebo el horizonte con avidez extenuada,
dejo a los ojos un momento
cumplir su hermoso oficio;
luego, vuelvo la espalda
y encamino mis pasos hacia Ítaca.

LOS CANTOS DE LA TROYANA

(Fragmento)

La mujer se quedó mirando el tiempo

mientras la luz moría en las esquinas

y una desolación llena de espinas

la arañó como un son a contratiempo.

Pensó en su corazón, siempre a destiempo,

coleccionando escombros, polvo, ruinas,

convirtiendo dolores en harinas

y el fracaso en un viejo pasatiempo.

Se extrañó la mujer de que la vida,

en que todas sus ansias había puesto,

fuese esta soledad interminable.

Miró su juventud atardecida,

oyó su corazón, triste, dispuesto

y sonrió a la nada inexorable.

Francisca Aguirre

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