
Editorial Nórdica 2019. Precio: 17,31 €
Creo que nadie ha conseguido descifrar en todos sus términos el enigma del ascenso al poder del Partido Nacionalsocialista en la Alemania de los años treinta del siglo pasado, durante la pudrición a fuego lento y el desmoronamiento de la República de Weimar; ni tampoco del porqué de la irrupción simultánea del mal absoluto en el corazón de Europa. No es asunto baladí, desde luego, toda vez que sólo el recuerdo de los millones de víctimas que llevo consigo nos sigue estremeciendo, lo mismo que la aparente facilidad con que se produjo, aún más, con que podría repetirse en cualquier momento.
Una buena ocasión para acercarse a este interrogante histórico lo proporciona una nueva edición de Juventud sin Dios (1938) de Ödön von Horváth por parte de Nórdica, que anuncia la próxima aparición de Un hijo de nuestro tiempo, la otra novela fundamental con la que culminó su obra este dramaturgo austriaco que siempre deseó ser húngaro. Con un aire de parábola y una ligereza engañosa, pues su expresión seca, directa, favorece una lectura absorbente, muestra la terrible verdad que ya subyacía bajo la realidad, frente a la mentira imperante, «la madre de todos los pecados»; refleja el encanallamiento progresivo de aquella época infame, tras el advenimiento de la barbarie, el camino que lleva del interior falaz del individuo al totalitarismo encarnado en la masa. Y lo hace a través de una intriga estudiantil con fondo de novela de iniciación que revela cómo se fue cargando el ambiente y cómo se inoculó el mal ya desde la escuela, por lo que la contraportada la relaciona, en cuanto al germen de la perversidad, con la gran película de Michael Haneke La cinta blanca.
El protagonista, que confiesa en primera persona sus actos y reflexiona sobre su lucha contra la propia culpa, cobardía y vergüenza y a veces se desdobla en segunda persona dirigiéndose a sí mismo, es maestro de Historia en un instituto, precisamente la materia con la que los nazis iniciaron su adoctrinamiento letal. Cabe señalar aquí que siempre es igual con los nacionalismos excluyentes, bastaría recordar lo que ha sucedido y sucede en nuestro país con los regímenes autonómicos, sobre todo con los periféricos, los centrífugos de Ortega y Gasset. De su impotencia —«¿qué puede hacer un individuo solo contra todos juntos?» se pregunta, tras amenazarlo un padre por su «delirio humanista» tras afirmar en clase que «los negros también son seres humanos»— frente al racismo y la enseñanza marcial en campamentos juveniles, que pueden, desde la deshumanización y la pérdida de lo sagrado, inducir a la locura y al crimen, trata también esta novela anticipatoria sobre lo que iba a suceder bajo la bota de Hitler, «el plebeyo supremo» —hacia el desenlace tiene una aparición episódica un trasunto de Leni Riefenstahl, la cineasta, una de sus supuestas amantes.
Tanto el prólogo escrito al calor de los acontecimientos por otro espléndido narrador, Franz Werfel, uno de los maridos de Alma Mahler, que tampoco quiso ser austriaco, sino en su caso checo, y que también barruntó muy pronto el catastrófico peligro que se avecinaba, como el epílogo, una semblanza biobibliográfica muy pertinente, de la traductora Isabel Hernández, arrancan de la muerte accidental de Horváth, que tuvo el infortunio de que le cayese encima la rama de un castaño, a consecuencia de un nublado, mientras paseaba solitario, posiblemente debido a su alergia al tráfico rodado y humano en general, por los Campos Elíseos, truncando así la carrera de un escritor que, según Herzel mira a los personajes «sin compasión», pero «desde lo alto», porque tiene de fondo «una paz dulce y extraña» y en el que sin duda merece la pena detenerse para tratar de entender lo que nunca debiera volver a producirse, esperemos.