Verano de libros y viajes: placer y libertad sin límites.
No existe el viaje si alguien no lo cuenta.
Estaréis de acuerdo conmigo en que los viajes, por arduos y peligrosos que sean, no existen si nadie nos los cuenta. Es más viaje el que no se llega a hacer, pero se cuenta, que el que se hace y no deja ningún rastro. De ahí que viaje y literatura vayan de la mano hasta los confines del tiempo y del espacio. Desde el principio de los tiempos (el movimiento constante de nuestros antecesores, su curiosidad y su instinto de supervivencia, son algunas de las bases de la evolución) el ser humano ha dejado huella de su recorrido desde las pinturas rupestres hasta la época de internet.
Pues bien, al lado del viajero (muchas veces, el propio viajero) siempre ha habido alguien dispuesto a escribir y luego difundir lo acontecido durante el viaje: el cronista, de cuya capacidad para la fabulación dependerá si el resultado se acercará más o menos a la verdad de los sucesos. En cualquier caso, la imaginación suele dar lustre al viaje.
Esa es la razón de que recordemos el artículo que el escritor, Eduardo Alonso, autor entre otras de La enredadera y La mar inmóvil (mis preferidas), a propósito de la figura Antonio Pigaffeta, el cronista de la primera vuelta al mundo, protagonizada por Magallanes y Elcano y que tendrá mucha visibilidad en los próximos meses pues se celebran los quinientos años de su salida de Sevilla.
A medida que el tiempo ha pasado y variado las épocas, la imagen del viaje y del cronista han cambiado también de semblante y perfil, pero la necesidad de contar no ha variado y el cronista reaparece una y otra vez para dejar constancia del viaje, salpimentado en muchos casos con buena dosis de imaginación.
Epicuro, atenta a todo tipo de placer y difusión de la cultura, tiene en los viajes uno de sus baluartes y, por lo tanto, cuenta con grupo de cronistas principales: José Mª Merino, el propio Eduardo Alonso, Alfonso García, Carlos Fidalgo y Magdalena G. Alonso. Escritores todos, que relatan sobre todo sus propios viajes, para regocijo de Epicuro y disfrute de sus lectores.
Eduardo Alonso, por ejemplo, repite con Un leonés en Popocatépetl, suceso acontecido durante la conquista de México en la que el capitán Diego de Ordás cuenta su subida a la cima del “monte que siempre humea”, Popocatépelt, el volcán que asustaba a los indígenas. Un viaje impensado en aquellos tiempos.
Hablando de América, tenemos en Alfonso García a nuestro mejor cronista, aunque no sean esos sólo los predios de su escritura. Viajes personales, disfrutados, relatados, fotografiados y compartidos con la generosidad que caracteriza al escritor leonés. Curiosidades que el autor adereza con humor y prestancia.
Ese viaje, por ejemplo, entre la Bahía de la Habana y Matanzas, en El Tren del chocolate, un siglo después de su aparición. O el imaginativo descubrimiento de que José Arcadio Buendía vive en Santa Cruz de Mompox; José Arcadio Buendía, dixit. No menos impresionante es el relato Los misteriosos círculos de Guachimontones de Guadalajara a Teuchitlán y aquella extraña recomendación: “No dejen de pasar por Guachimontones”. Más curiosidades, más literatura.
Disfruten del viaje. Viajes.
Y de las sorpresas.