¿Cómo es posible que no tengamos plan establecido en la mayoría de sectores para una situación así o parecida?
Ya es tiempo de reconstrucción desde un sentido más humanitario.
En un periodo corto de tiempo -me gusta pensar que corto significa el mínimo que tengamos que asumir-, el virus será previsible. Los gobiernos, una vez más, habrán conseguido contener la pandemia hasta que puedan controlarla del todo. O al menos, así lo creerán, que podrán hacerlo. Y entonces, será cuando sin sabernos bien que ya somos otros, intentemos revivir aquello que ya solo existirá en apariencia. ¿Qué mundo resultará de todo esto? La vida ya será la que cada individuo elija vivir, pero… ¿y el mundo? Por más consciencia que tengamos de nosotros mismos en este instante, la sociedad se encuentra atrapada en un laberinto cuya única salida parece ser el hecho de mantener a toda costa la economía mundial. Tremendo peso portamos sobre nuestros hombros. Este panorama está generando un debate inédito sobre el mañana haciendo que sea urgente pensar en las decisiones que se han de adoptar desde hoy. Los pensadores contemporáneos se devanan la mente intentando averiguar qué pasará tras este presente. Si la vida será más igualitaria o irremediablemente desigual. Si más libre o más autoritaria. Si más o menos cooperativa… todo queda por definir desde la respuesta de una sociedad que no puede hacer otra cosa que visualizar la que se le sobreviene después de mañana. Un hecho que se convierte en la principal tarea de todos.
«Al lugar donde has sido feliz, no debieras tratar de volver”, cantaba, con acierto, Sabina. Los cambios de estado son transformaciones de la materia. En física se denomina cambio de estado a la evolución de la materia entre varios estados de agregación sin que ocurra un cambio en su composición, es decir, la esencia se mantiene viva. Y desde esta idea pensemos, ¿Cómo será la educación? ¿Para qué nos hemos de preparar como sociedad? ¿Los espacios culturales serán responsables de hacer participar a una sociedad que requiere cuestionarse? ¿Hemos de seguir salvando a la banca mundial e hipotecando nuestros tiempos y espacios? O ¿será lo local y cooperativo capaz de salvarnos a todos desde nuestras parcelas? No lo sabemos. Y no lo sabemos porque no lo hemos pensado para poder saberlo. O si lo hemos hecho, no nos atrevemos a practicarlo. ¿Cómo es posible que no tengamos plan establecido en la mayoría de sectores para una situación así o parecida? El hecho de trabajar para producir ha matado la sensatez común, ha anulado la posibilidad de crear planes para la mejora de lo básico. A pesar de estar hablando de participación ya mucho tiempo, los gobiernos están alejados de la ciudadanía. La forma de gobernar, la imagen política, lo espectacular, lo inmediato, lo urgente… ¡Por dios! que pare este mundo, que hay millones de vidas que desean ser vividas.
Si de algo podríamos aprender en este instante es de los observadores de la naturaleza, de los trascendentalistas, por ejemplo. Para ellos el alma de cada individuo era idéntica al alma del mundo y contenían ambas lo mismo. Pensemos en las hormigas. Guardan grandes lecciones sobre cómo construir nuevamente un país. Si una hormiga grande encuentra una semilla es muy probable que la transporte ella sola hasta el nido. En cambio, si la que encuentra la semilla es una hormiga pequeña, entonces hay grandes probabilidades de que comience un trabajo en equipo.
La sociedad se compone de hormigas pequeñas que han encontrado un problema de gran tamaño que afrontar. Hasta hoy, tal vez no había existido la urgencia que evidenciara nuestra escasa capacidad para actuar con la lucidez resultante del pensamiento que tanto necesitamos. Pero ya es tiempo, no hace falta esperar a después de mañana. El Covid-19 nos ha dejado a todos con la boca abierta haciendo evidente la carencia de una estructura democrática sólida y capacitada, y también lo ha hecho adelantando lo inevitable. Ya es tiempo de reconstrucción desde un sentido más humanitario. Habría que aprovechar esta tregua que tantas vidas se están llevando para tomar conciencia del significante reto que tenemos delante: reconstruir una nueva forma de aprender, de trabajar, de consumo, de relacionarnos y, en general, de habitar el planeta. Eso, y asumir que los cambios que estamos experimentando son el corazón motor de esta transformación.