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Desaparece la sonrisa

Aurelio Loureiro

Aurelio Loureiro

Si algo caracterizaba a la, recientemente, fallecida (24 de octubre de 2018), Carmen Alborch, era su sonrisa perpetua, como si fuera una impronta necesaria de sus facciones, no importa de qué circunstancia se tratara.  Por descontado, a partir de dicha sonrisa, una amabilidad desbordante, casi impropia de un político, que alcanzaba a cualquiera que se situase frente  ella en la corta o la larga distancia, de su lado o en contra, si es que había alguien incapaz de valorar su simpatía.

Además de su labor académica y sus libros de largo alcance, Alborch llevó a cabo una labor política encomiable, primero en Valencia (IVAM; Instituto Valenciano de Arte Moderno), luego como ministra de Cultura del gobierno socialista de Felipe González y, posteriormente, otra vez en Valencia, diputada en las cortes, senadora y concejala socialista del Ayuntamiento de Valencia.

Tanto como su sonrisa, siempre abierta al optimismo, contagiaba su pasión por el trabajo de la misma manera que su obsesión por la libertad, otra de sus características más preeminentes. Consciente de la importancia del feminismo bien entendido, dejó la huellas de sus ideas al respecto en libros de gran significación en su momento, pues consiguió, sin perder el rigor de su pensamiento, qué éstas llegasen a mucha gente sin los recovecos propios de lo teórico.

“Solas: gozos y sombras de una manera de vivir.”; Malas: rivalidad y complicidad entre mujeres.”; “Libres: ciudadanas del mundo.” Trilogía de conveniente recuerdo en este año en que la presencia de la mujer está cada vez más implantada en todos los ámbitos de la vida y con especial consolidación en el territorio de la cultura y que al coincidir con su muerte resalta más su importancia en la lucha por sus derechos.

Pero lo que más destacaba en Carmen Alborch era su personalidad y las ganas de vivir que demostraba siempre, a pesar de los contratiempos de la vida. Una emoción sincera que atrapaba y conseguía que, aunque no fueras uno de esos amigos íntimos que se ven y llaman todos los días, cuando estabas con ella diera la impresión de que lo que sucedía fuera algo más que un encuentro fortuito o programado. En 2014 publicó en Espasa el libro: “Los placeres de la edad”, en el que dio buena muestra de la alegría con que afrontaba el envejecimiento y se entregaba a todos los placeres que surgieran de él, tan importantes como todos los que hubiera tenido a lo largo de su vida.

No hay duda de que Carmen Alborch era una epicúrea comprometida con la búsqueda de la felicidad en las cosas grandes y pequeñas de la vida, otorgando a las emociones el lugar que se merecen y a la Cultura la categoría de territorio donde habitar.

Espero que esto haya sido así y que encontrase la felicidad. Que el seco aliento de la muerte no le quite la sonrisa, aunque nosotros ya no podamos verla.

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