
Chamán ediciones. Precio: 15 €.
La poesía es un encuentro con lo vivido y con lo soñado.
El periodista, crítico y poeta Javier Lostalé ha conformado un itinerario lírico tan intenso como revelador.
La poesía es un encuentro con lo vivido y con lo imaginado. Entre las experiencias vividas el poeta ahonda en las que ya no le pertenecen, ya sea porque están ausentes ya sea porque el imaginario ha mutado de luminoso a oscuro. De ahí que, con el tiempo, trate de evocar lo que ha dejado en el camino.
El periodista, crítico y poeta Javier Lostalé (Madrid, 1942) ha conformado un itinerario lírico tan intenso como revelador. En un periplo sostenido a lo largo de casi un cuarto de siglo su obra ha trascendido, y fruto de esa repercusión es la lectura de La luz de lo perdido (Antología poética 1976-2020), publicada por Chamán Ediciones.
En el “prólogo”, trazado, con precisión, por la periodista y escritora madrileña, Esther Peñas, circunscribe a Lostalé en la “Generación del 68”, y, tras un preciso análisis de cada publicación, viene a concluir que, entre su primer y último libro de poemas, «la redención de una ausencia permanente que nos significa». Peñas ha sido la encargada de seleccionar una centena de textos, que son el resultado de una práctica poética meditada.
La luz de lo perdido reúne composiciones de nueve publicaciones: Jimmy, Jimmy (1976, Editorial Sala), Figura en el paseo marítimo (1981, Hiperión), La rosa inclinada (1995, Rialp, colección Adonais, Premio de Poesía Juan de Baños), Hondo es el resplandor (1998, Dip. Prov. Málaga), La estación azul (Premio Villa de Madrid Francisco de Quevedo, 2004, Calambur; 2016, Renacimiento), Tormenta transparente (2010, Calambur), Quien lee vive más (2013, Polibea), El pulso de las nubes (2014, Pre-Textos) y Cielo (2018, Fundación José Manuel Lara). A ellas se le añade, una grata sorpresa para el lector, tres poemas inéditos. En un primer recuento, se deduce que la importancia, debido a la extensión dada, es según su recopiladora, El pulso de las nubes y el que menos, por estar menor representado, La rosa inclinada. En este escrutinio, tal vez, hubiese echado en falta al finalizar la recopilación un apéndice de los libros publicados para que, en caso de que el lector se viese abrumado por alguno de los textos, supiese rápidamente dónde encuadrarlos. A falta de esa ubicación, es de interés la entrevista ofrecida como un extra, un sugestivo mano a mano entre dos periodistas y poetas.
En un territorio tan vasto de años y escritos, es lógico pensar que puedan atribuirse a Lostalé diversas influencias, por nombrar sólo algunas, de las más evidentes, diremos: San Juan, Antonio Machado, Juan Ramón, Aleixandre, Cernuda, Rilke o Claudio Rodríguez. No obstante, a pesar de esta polifonía, la voz de Lostalé es reconocible, tan peculiarmente evocadora en el susurro.
Posiblemente el lector de Lostalé pueda pensar que faltan algunos poemas singulares y tan propios de la obra del madrileño; cabe decir en favor de la antología preparada en Chamán ediciones que sintetiza bastante bien el mundo poético de un creador que gusta de la expresión nítida, aunque estilísticamente rica.
En la poética de Lostalé, el dolor y la ausencia conforman el material del que se nutren sus libros. Son, además, revelaciones que buscan encontrar lo vorazmente real, y en es ese desvelamiento y en el hallazgo de lo que llega a ser dicho de un modo callado donde reside su esencia creadora. De esta forma lo declaraba: “La poesía está muy relacionada también con lo invisible, porque un poema verdadero da visibilidad a lo invisible”. Sobresalen poemas como “Confesión” (pórtico en esta antología), “Cementerio y rosa”, “Otoño” o “Invisible”. Los títulos asumen la carga semántica en una o pocas palabras. A propósito, destacan los sustantivos sobre los verbos (“Sentir”, “Despedirse”), los pronombres (“Contigo”, “Nadie”) y los adverbios (“Antes”, “No”). Desde la naturalidad, este uso de verbos en infinitivo o de adverbios debe poner en alerta al lector, pues tienes una clara intención en la cohesión del texto
Cuando leemos a Lostalé, sabemos que la poesía no necesita de un lenguaje intrincado y aparente, ni de una sintaxis enrevesada, ni tampoco de un tono demasiado formal o elitista. Al leer poemas como “Niebla” y “Crisálida”, diferentes conexiones se unen formando un diálogo ensamblador, no con un fuego cruzado sino con un fuego amigo. Desde el verso “Todos somos niebla” a “Crisálida es tu vida”. Tan pronto canta a la vida como al silencio. Que juzgue el lector si estas conexiones textuales no atraen más si cabe a la lectura de este volumen.
El poeta debe crear un espacio comunicativo donde ambos dialoguen, manteniendo, eso sí, su círculo de credulidad. Y Lostalé logra en sus publicaciones ese tono confidencial, tan cercano al lector, que podríamos calificar como sincero. Bastaría con soñar posibles experiencias o contemplar lo vivido. Siempre aparece el impulso que ha de trascender lo cotidiano, es aquello que suele iluminarnos, a los lectores, en una lectura detenida, que, suele coincidir con una práctica creadora laboriosa, pues el trabajo que hay detrás permanece oculto mientras que se transparenta el mensaje.
Uno de los mecanismos que reporta a Lostalé mayor reporte es la memoria. Sus versos sugieren el encuentro del amor, del misterio, de la entrega. Pero es el tiempo el que destruye la magia y convierte en ensoñación la realidad, en memoria el olvido. De ahí que sea inevitable encontrar en La luz de lo perdido tanta melancolía y nostalgia. Y qué mejor representa lo vivido que las palabras que pierden el referente temporal, las que quedan en suspenso en el fino cable del recuerdo. Ya lo decía don Antonio, se canta lo que se pierde.
Nuca
PUSISTE tu mano
en su nuca
y fue la lluvia.
Ya no hubo palabras,
solo sueño en concepción,
calambre velado de un regazo.
Tus dedos
por su nuca resbalaron
hasta detenerse
en un salto
sin más espacio
que su temblor.
Una extrema pulsación solar,
sin nadie de tan transparente,
te habitó luego
hasta retrasar tu entrega
al goce de lo amado.
Y en vigilia quedaste,
enclaustrado en la aurora
de un desconocido paraíso.
De Cielo
La rosa inalcanzable.
Jorge Luis Borges
MEMORIA iluminada son los árboles
que en una larga estación de silencio
destilan la aurora de tu imagen,
mientras me alejo desnudo
hasta encontrar la lunación de tu recuerdo
y allí claudico en el hermoso alentar de lo que negaste.
No traspases con la clara penumbra de tu cuerpo
el atrio puro de mi soledad.
No hagas nido en mis palabras
como si te fueras a quedar.
Retírate hasta el límite del olvido
donde todo pierde su nombre
sin que se pueda enterrar la voz,
pues rosa inalcanzable eres
por la que, muerto, respiraré.
De La rosa inclinada