Habida cuenta de que la aparición de mi nuevo libro, “Al Rey de los Ángeles”, coincide prácticamente en el tiempo con el nacimiento de esta revista, “Epicuro”, el director de esta última publicación, Aurelio -Aurelio Loureiro, que no es pariente mío por la parte del registro civil y las genealogías, pero que sí lo es por el de las letras, cosa más importante aún-, me invita, muy gentilmente, a reflexionar en voz alta sobre esa coincidencia. Una coincidencia que algo tendrá que ver, me parece a mí, con el inmenso misterio que incluso hoy, en estos terribles años que nos ha tocado vivir, nos rodea, y que no es otro que el misterio de existir.
Vivimos, y nada hay más cierto, un tiempo extraordinariamente difícil. Un siglo en el que Europa hace algo que no hacía desde los tiempos del romano: darle la espalda a los creadores. Un momento, en fin, en el que los espacios que habitualmente habían estado reservados a la cultura, hoy empiezan a estar ocupados, sobre todo -y como otros han dicho ya mejor que yo-, por el espectáculo.
Ignoro, naturalmente, qué nos deparará el futuro. Pero de lo que estoy más convencido que nunca es de la importancia de seguir caminando. Como decía -o dicen que decía- Faulkner, los sueños han de ser siempre grandes, para no perderlos de vista jamás.
Creo firmemente en la condición casi mágica de la escritura. Claro que sí. De la misma manera que creo que la escritura es nuestra huella en el tiempo: la mejor de las maneras que a mí se me ocurren de habitar, desde hoy mismo, los recuerdos del futuro.
“Al Rey de los Ángeles”, libro sobre el que no me resulta fácil hablar a mí, es una novela sobre el verdadero viaje de los Reyes Magos. Una novela que quise escribir siempre, pero que tuvo que aguardar por su momento, porque hay libros que solo se escriben cuando ellos quieren ser escritos, y a los que no les importa demasiado lo que piensen, a ese respecto, los demás. Confío en que Don Melchor, Don Gaspar y Don Baltasar, grandes amigos míos, no se sientan decepcionados cuando lean sus páginas. Yo me pondría muy triste, si eso ocurriese. Les debo mucho, a Sus Majestades de Oriente. Les debo, sobre todo, el oficio de soñar, que es una más de las maneras que uno tiene de estar en el mundo, y no precisamente la peor.
El hombre sueña, como le gustaba subrayar a Cunqueiro, porque con la realidad no basta. Y escribir, cosa que Aurelio Loureiro sabe muy bien, es vivir más.
Seguiremos, claro. No nos vamos a rendir. Prosigamos, Aurelio, también nosotros, el viaje. Un viaje que ojalá sea un regreso, como el poeta quería, y que Dios quiera que nos permita, sobre todo, navegar.