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David Felipe Arranz

Aurelio Loureiro

Aurelio Loureiro

“Podría decirse que el mundo cinéfilo y el público cinematográfico en general se divide en dos: aquél que detesta el wéstern y el que lo ama con fervor.”

Los rebeldes del cine ocupan un lugar privilegiado en la memoria cinematográfica de David Felipe Arranz.

Siempre que se escribe sobre un amigo escritor surge cierta pugna con la conciencia propia al no saber con exactitud si, al entrar en el mundo imaginario del escritor, no se estará entrando también en la intimidad del amigo. En otro orden de cosas, aparece la disyuntiva entre hablar bien o mal, sin caer en el fervor por lo uno o por lo otro; disyuntiva de fácil solución: hablar bien del amigo (es difícil hablar mal de los amigos si no es en presencia de sus abogados) y ponerle pegas al escritor, que es una manera sofisticada de hundirlo en la miseria y para eso es mejor callar aunque haya pedido tu opinión y no entienda tu silencio; peor si no ha pedido tu sentencia, pues se trataría de una intromisión en toda regla. Los escritores somos vanidosos; es lo que nos salva del suicidio artístico, por más que casi nunca te sirva para nada.

Por fortuna, hay amigos, como David Felipe Arranz, que además de amigos son buenos escritores, poseen un talento especial para captar la esencia  de las cosas, reales o imaginarias, y lleva a ras de piel la intimidad del amigo atada a las pasiones que lo mueven y que no duda en desarrollar en distintos ámbitos: la Universidad, la Fundación de Telefónica, la radio, los libros propios y ajenos y la conversación; diversidad que lo acerca al Humanismo, que tanta falta nos hace y al que tanta falta hace un autor con su curiosidad. David Felipe es un digno heredero de Epicuro y su búsqueda permanente del placer como impulso del conocimiento, para lo que no basta con ser un erudito, si bien serlo a veces facilita la comunicación; un Peter Pan de la cultura, que se niega a crecer para no dejar de degustar el sabor de la sorpresa intelectual.

Conozco al autor de Indios, Vaqueros y Princesas Galácticas, su último libro, desde hace años, durante los cuales hemos colaborado en tareas de periodismo cultural (una de sus facetas que no he citado antes, quizá por ser muy evidente; seguro que dejo alguna que otra más en el tintero) y, por lo tanto, conocía su pasión por el mundo del cine y sus connotaciones sociales e históricas. Él se ha encargado en este tiempo de exponer y ratificar dicha pasión (pasión de adolescente que queda eclipsado ante las imágenes del cinematógrafo, extasiado ante la posibilidad de penetrar en ellas y perseguirlas en su periplo hacia los corazones de los espectadores que comparten con él el asombro y la entrega, con los que quieren simple divertimento y con los que gustan de vivir el cine en soledad o a escondidas) con un buen número de artículos y volúmenes, cuya enumeración conllevaría una excesiva prolijidad.

Dentro de esa colaboración mutua de la que hablaba antes fue para mí un privilegio participar en un libro coral dedicado al vestido, Cine y moda: luces, cámara, pasarela, que da buena cuenta del variado interés de su coordinador en los distintos aspectos que dan fuerza a las películas; el vestido es sin duda uno de ellos. Escribí, con no poco rubor, sobre la vestimenta vaquera, haciendo clara alusión al wéstern, un género del que no he podido despegarme en toda mi vida y que aún sigo viendo con la misma sensación de cuando era un muchacho tímido en un pueblo minero donde había un cine obrero y jugaba en la falda de los Picos de Europa con un revólver sin mixtos a cazar diligencias con caballos imaginarios. Éramos forajidos fuera de la ley porque era más divertido y el usufructo del vaquero bueno lo tenía Joe, el zurdo de Bonanza, en la televisión.

Había reparado muchas veces en el modo de vestir de los protagonistas: los vaqueros, los pistoleros, etc… pero nunca con el ánimo de escribir sobre ello (otra facultad del amigo David: despertar la curiosidad por asuntos que parecen inabordables). Comparé en dicho artículo la vestimenta de vaqueros, pistoleros y tahúres, con sus respectivas armas y su manera de utilizarlas para, cada uno a su manera, para reivindicar su papel en un mundo donde la justicia campaba por sus respetos. Era, o así lo consideré, un ínfimo homenaje a la afición que me perseguía y me persigue; también una forma de agradecer al amigo sus múltiples, variadas y precisas colaboraciones conmigo.

No me sorprende, por lo tanto, que lo primerio que lea de su último libro sea que su autor era un niño que a hurtadillas se levantaba por la noche a ver películas. Hay mucha distancia entre un niño que crece en un pueblo minero donde hay un cine obrero pero no hay libros y un niño que, años más tarde, crece en una ciudad donde hay más libertad, libros y cines; pero la magia de esa fina película de celuloide, tan cargada de personajes, escenas y recuerdos, es capaz de traspasar distancias, tiempos y geografías. Aunque haya más asuntos relacionados con el cine: películas, actores, directores, rebeldes de la historia cinematográfica, etc… una parte muy importante del libro se refiere al wéstern  y su oportuno reflejo de la creación de un nuevo mundo que llega hasta nuestros días. No es casualidad, sino una configuración extraña e inaprensible de los filamentos invisibles que determinan las coincidencias que no son tales.

David Felipe exprime, como en sus otros libros, su pasión por el cine, pero también todo su talento y su sabiduría y, aún, va más lejos y formula una cartografía del mundo que está detrás de cada pantalla, cada imagen, cada película. Conoce bien ese mundo y lo describe con humor no exento de melancolía. Los entresijos del cine afloran para contarnos desde la esencia cómo fue.

Para terminar, sin hacerlo, diré que el libro me ha producido sensaciones encontradas, debe ser mi conciencia que me recrimina por no haber aprovechado más el tiempo. Por una parte, mi admiración por el escritor y su forma impecable de explicar su mundo vital. Por otra, cierto rencor hacia el amigo. Yo pensaba que sabía mucho de cine; sin embargo, tras la lectura de su último libro… Reto a cualquiera a que lo haga, leer el libro, quiero decir. Seguiremos viendo películas y amando el Wéstern. También a Jerry Luis.

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