Las cotorras argentinas son una especie exótica invasora.
La brusca introducción de especies exóticas provoca la destrucción del ecosistema, desplazando o haciendo desaparecer a las especies autóctonas.
Según el censo realizado por el Ayuntamiento de Madrid, en torno a 12.000 ejemplares de cotorra argentina (Myiopsitta monachus) campean por sus parques y jardines. Habiendo considerado técnicos y políticos que esa cantidad se ha convertido en un peligro para otras especies en la propia capital, en las zonas naturales circundantes, como la sierra del Guadarrama, y para los propios vecinos de la ciudad, el peso de sus nidos comunales puede llegar a alcanzar los doscientos kilos, se ha decidido poner en marcha una campaña para reducir el tamaño de la población en varios miles y, sin llegar a exterminarla (algo que resulta complicado dado el tamaño de la población alcanzado y la ubicuidad de la especie,) sí impedir que, como argumentan técnicos municipales, expulse a otras especies por su agresividad y competencia. Hay gente bien pensada y bienintencionada que se siente mal por la existencia del plan para exterminar a las bulliciosas cotorras argentinas. Alguna encuesta habla incluso de un equilibrio entre los que están a favor del proyecto y los que no.
El caso es que estas cotorras son una especie exótica invasora. Así se consideran a las especies que se “introducen o establecen en un ecosistema o hábitat natural o seminatural y que son un agente de cambio y amenaza para la diversidad biológica nativa, ya sea por su comportamiento invasor, o por el riesgo de contaminación genética”. Es decir, pueden desplazar a las especies nativas, las llamadas autóctonas, por competencia de los recursos, ser sus depredadoras o alterar el ambiente en perjuicio de las mismas. Las especies exóticas, como la que nos ocupa, presentan a veces mayor capacidad que las nativas para invadir nuevos ambientes, son más oportunistas y además pueden carecer de depredadores naturales o de parásitos. Y a su vez estas invasoras pueden introducir nuevos parásitos provocando la mortandad en las especies autóctonas.
Según la ley del Patrimonio Natural y de la Biodiversidad del 13 de Diciembre de 2007 “el patrimonio natural y la biodiversidad desempeñan una función social relevante por su estrecha vinculación con el desarrollo, la salud y el bienestar de las personas y por su aportación al desarrollo social y económico”.
La biodiversidad es responsable esencial de que las condiciones ambientales sean las que son y de que nuestro entorno permita la supervivencia. Esto ya es una razón suficiente para tratar de mantenerla y de que no desaparezca. Y cuando hablo de biodiversidad no me estoy refiriendo a los grandes bosques tropicales, las grandes especies de mamíferos de la sabana africana o de los mares prístinos del hemisferio sur, me refiero a las especies que nos rodean, en las grandes áreas urbanas como Madrid o en los ecosistemas cercanos a ellas, como el Monte de El Pardo o la Sierra del Guadarrama.
Y es que con frecuencia se escucha hablar de la naturaleza como recurso cuando se habla de energía, recursos forestales o productos de interés industrial.
Los alimentos ya sean de origen vegetal o animal provienen de unas pocas decenas, de entre las varias decenas de miles, que se han determinado comestibles. Los medicamentos tienen su origen en plantas, animales o microorganismos. El caucho por ejemplo, tiene un importante papel en la industria. Y la pujante biotecnología necesita del mayor arsenal posible de microorganismos con los que trabajar.
Todo esto sin olvidarnos de que una diversidad bien conservada atrae a muchísimas personas al medio natural precisamente por eso, por su grado de conservación, y por ello su sola observación y disfrute se puede convertir en una fuente de recursos.
Pero solo de vez en cuando se contempla la biodiversidad como un recurso en si mismo fundamental para mantener la salud de los ecosistemas, su equilibrio y su participación en la supervivencia de los mismos.
Así que hay razones más que suficientes por las que los humanos no debemos ser la causa de la extinción de especies, ni alterar la dinámica de los ecosistemas de tal modo que se vean afectadas las relaciones ecológicas que tienen lugar en ellos.
Y es ahí desde donde se puede tener una buena perspectiva del papel que juegan esas especies exóticas que no han venido, como algunos quieren hacernos creer, a enriquecer nuestra biodiversidad.
Disponemos, desgraciadamente de un importante catálogo de especies invasoras que por accidente o, gracias a la ignorancia de algunas personas que con la intención amable de salvar algún exótico ejemplar (y de paso librarse de él cuando se van de vacaciones o se ha convertido en una molestia), han llegado hasta nuestros campos, bosques, ríos, etc… La limpieza del lastre de los barcos nos ha dejado casos como el del mejillón cebra que coloniza tuberías y conducciones, sistemas de riego y casi cualquier tipo de infraestructura acuática, inutilizándola, o el alga caulerpa que amenaza con acabar con las praderas submarinas de Posidonia oceanica que constituyen la base de los ecosistemas de la costa mediterránea. Tampoco podemos dejar de lado la introducción intencionada de especies con fines comerciales. Es el caso del cangrejo de río americano que casi consiguió extinguir la especie peninsular endémica. O el caso de especies destinadas a la caza o la pesca deportiva como la trucha arco iris. Los escapes y las “liberaciones” provocadas por algunos grupos “defensores” de los animales han provocado alguna catástrofe, como en el caso del visón europeo. Este se encuentra al borde de la extinción por la competencia que sufre por parte del visón americano, semejante a él pero de mucho mayor tamaño, que consume sus recursos y ha ocupado su habitat desplazándolo de sus áreas de distribución, de tal manera que se encuentra en grave peligro de extinción. Y no podemos olvidarnos para terminar del caso de nuestra queridas mascotas (que es el origen del problema de las cotorras argentinas) mencionando el caso de las tortugas de Florida (en realidad son un galápago), tan pequeñas cuando se adquieren en las tiendas, y que alcanzan un tamaño considerable cuando se las libera en espacios naturales lo que las hace, debido a su agresividad, temibles competidoras para nuestros galápagos autóctonos así como feroces depredadoras de poblaciones de peces que no saben hacerles frente.
El catálogo es, tristemente, mucho mayor, incluso con especies que constituyen un peligro para las personas, como es el caso del mosquito tigre o de la temida avispa asiática (V. velutina).
Y en todos los casos mencionados la salud de las poblaciones autóctonas, de las personas y de los ecosistemas se ve afectada negativamente. Las comunidades de seres vivos evolucionan y sufren cambios graduales a lo largo de su historia. Pero la brusca introducción de especies exóticas solo provoca su destrucción desplazando o haciendo desparecer a las especies autóctonas. No nos dejemos convencer pues de que la introducción de estas resulta beneficiosa ni de que merecen ser protegidas porque su presencia puede resultar altamente lesiva para las especies propias de nuestro entorno y para nosotros mismos.