“A quien no lo siente, no es posible hacérselo comprender”. Kafka lo explicaba con gran lucidez.
Su reflexión posee fuerza suficiente como para situarnos frente a la que podría ser una de las principales causas de nuestros atascos humanos. Hay tantas palabras que evitar, que con ellas podríamos crear nuestro propio diccionario de consulta.
De forma no armónica tendemos a experimentar la necesidad de que nos entiendan y, con insistencia, queremos hacerlo de todo aquello que consideramos como lo otro. Mientras vivimos el presente, con enorme agitación interna, deseamos la comprensión de todas las partes. Y esto lo llevamos al terreno familiar, personal y laboral.
Pero si añadimos sensatez y nos dejamos llevar por un realismo mayor, tal vez se trate más de admitir que, por el momento, se da una cierta imposibilidad de comprenderlo todo.
Pensemos en que todas las personas que nos rodean estuviesen obligadas a comprendernos, y que por ello, tuvieran que hacerlo sin razón ni mediación. Es tan loco este argumento que está haciendo que enfermemos. Y mientras, por si faltaba algo, intentamos disimularlo con exceso de positivismo.
La no comprensión no debe aislarnos de aquello que consideramos distinto, -aunque en el fondo no lo sea, y tan solo sea un argumento infundado por un sistema externo que nos gobierna-. ¿Pero no nos aísla más el intento de comprender y también la energía que gastamos en ello? ¿No era más importante aceptar la diversidad y saber convivir?
Mientras llegamos o no a comprender desde la espiral, la tendencia impuesta parece ser la de entenderlo todo, de una forma u otra. Pensemos en un sistema educativo que adoctrina. Si obtenemos un diez significa que, en apariencia, hemos entendido todo. En cambio, si obtenemos una puntuación inferior a cinco no estamos entendiendo cuanto deberíamos. Preguntémonos: ¿qué hay que entender? ¿Cuánta verdad tiene todo esto?
Admitamos que no es posible entenderlo todo, y que de intentarlo, el desgaste puede ser perjudicial para la salud, la nuestra y la de los demás. El hecho importante podría enfocar hacía algo de mayor magnitud como es la acción de aumentar la capacidad de respetar aunque no lleguemos a entender.
¿Acaso es necesario conocer todo para respetar ese todo?
Una reflexión como esta nos puede conducir a un estado de mayor tranquilidad, a aquella que, con ansiedad, buscamos incesantemente.
Pero ahondemos más. ¿Acaso lo importante requiere ser entendido? No, claro que no. ¿Es necesario entender el amor para ser vivido? La diversidad es naturaleza y la vida peculiaridad, y nada de ello requiere un manual porque la razón pura no puede suplantar a la vida.
Si nos alejamos entonces del esfuerzo por comprender nos situaremos en posiciones más confortables, aquellas que nos vayan haciendo libres en la espontaneidad que necesitamos para compartir desde el respeto.
La vida nos exige cambio porque cambio es, una constante que requieren nuestros días, porque “sólo queda a los hombres esta vida”, afirma Ortega y Gasset cuando señala la llegada del momento en que los valores vitales van a ser, por fin, revelados.
Alejándonos de las cosas que nos confunden y se mezclan en nuestro interior, tal vez podamos habitar el equilibrio entre la razón y la intuición creativa. Una sensatez que nos hace ser aquella persona necesaria para la sociedad que se articula a cada instante, una que no requiere tanto ser comprendida y sí necesita ser respetada.