
Editorial Renacimiento. Precio: 21,90 €.
De Chesterton podría decirse que es un autor más vivo que muchos escritores vivos.
“Mi verdadero juicio sobre mi obra es que he echado a perder un buen puñado de ideas excelentes”. (Chesterton)
Igual que se puede ser borgiano sin haber leído a Borges, por el amplio influjo de su obra en tantos autores con los que compartimos siglo, es posible ser chestertoniano sin haber abierto jamás un libro suyo: no creo que haya columnista español que no lo haya citado en alguna ocasión, ni lector que no se haya visto deslumbrado por alguna afirmación suya, aunque fuera pasada por el microondas de la alusión recalentada. Acaso en eso consista en última instancia el hecho de ser un clásico: en perder la autoría, en que la paternidad de las ideas se diluya en el anonimato y terminen pasando por ingenios populares que corren de boca en boca, ligeramente transformadas, quizá hoy diríamos trasmutadas en un chiste o en un meme.
Más de ochenta años después de la muerte de G.K. Chesterton, hay cuentas de Twitter propagando sus frases, portales dedicados a sus citas, películas basadas en alguna de las luminosas ideas de este hombre que nunca se consideró pensador sino apenas un «alegre periodista». Tampoco son escasas, entre nosotros, las ediciones de sus libros. Puede decirse que es un autor más vivo que muchos escritores vivos: la vigencia de su autoridad puede comprobarse tecleando en un buscador «como decía Chesterton». Uno lo ha hecho y supera al «como decía Oscar Wilde», cuando el creador de «La importancia de llamarse Ernesto» seguramente ha sido el blanco preferido de las atribuciones apócrifas o realizadas a la ligera durante décadas.
Para poner orden y concierto en esa avalancha de referencias, Enrique García-Máiquez y Luis Daniel González han afrontado la, poco menos que ingente, tarea de espigar en todas las obras de Chesterton este maravilloso centón o prontuario de aforismos que edita Renacimiento dentro de la colección «A la mínima». Para ser conscientes de la doble dificultad que entraña esta tarea, pueden recordarse las palabras de Jorge Luis Borges: «la obra de Chesterton es vastísima y no encierra una sola página que no ofrezca una felicidad». Cantidad y calidad para elegir, por lo tanto, pero ya saben que ese es el tipo de problema de banquillo que adoran los entrenadores. Nuestros compiladores tuvieron uno más serio: Chesterton en realidad jamás jugó al fútbol. Nunca escribió aforismos.
Todas las entradas recogidas en este volumen, por lo tanto, proceden de los cerca de noventa libros que el autor de «El hombre que fue jueves» publicó durante su existencia. Los antólogos nos informan de que la selección se hizo «modificando levemente palabras y expresiones en busca de la autonomía y de la contundencia del género aforístico». Además, las entradas aparecen agrupadas por temas, haciendo así sencilla cualquier consulta que pueda interesarle al lector, acercándolo a un libro de citas. La extensión de los bloques temáticos a uno le parece que viene determinada por los propios intereses que fueron prioritarios o secundarios para Chesterton, quiero decir que hasta eso aparece bien representado en el trabajo, con la excepción, advertida, de los textos más apegados a su época o a la historia inglesa. Apartados como Amor, Crimen, Conservadurismo, Dios, Democracia, Humor o Teología no podían faltar. Otros, como Casa, Fama, Infancia, Naturaleza, Razones del corazón o Viajes, quizá sorprendan incluso a sus lectores habituales.
Los distintos tonos de la prosa chestertoniana asimismo aparecen con equilibrio, desde el paradójico al poético, sin olvidar el hiperbólico. También su poderosa inteligencia, capaz de convencernos arrancándonos además una sonrisa. Una cata al azar puede ser mucho más expresiva que cualquier comentario. «Todas las comparaciones entre el pasado y el presente están falsificadas por el hecho de que hay un solo hoy mientras que hay muchos ayeres». «El hombre lucha porque no es un animal. Lucha mucho después de que cualquier animal hubiera huido (…). Lucha porque razona». «Traidor es el hombre más peligroso para sus amigos que para sus enemigos». «He visto cosas con mis propios ojos que no creeré nunca».
Algunas entradas —muy pocas juzgando el conjunto— acaso están demasiado exentas respecto al texto del que proceden, un poco huérfanas, pero resulta pecata minuta ante la titánica empresa de haber sondeado durante años todos y cada uno de los títulos del creador del Padre Brown. Al fin y al cabo, como sostiene Enrique García-Máiquez en el prólogo, «cualquier frase de G.K.C. transmite su visión del universo y cada fragmento funciona como un holograma de la obra completa». Una cabeza perfectamente amueblada o una razón sistemática sostienen los andamios de este poderoso pensamiento, en muchas ocasiones a contracorriente, no solo para su tiempo sino también para el nuestro, porque se apoyaba en una idea de la totalidad. Y que —de ahí procede el título elegido para el volumen— afirmó: «Mi verdadero juicio sobre mi obra es que he echado a perder un buen puñado de ideas excelentes».