
Reino de Cordelia. Precio: 12 €.
María Jesús Mingot evoca la emoción y la sugiere con imágenes plásticas transparentes para que el lector cree un imaginario de emociones y vivencias atemporales.
El temblor de la experiencia junto con el latir de la creación literaria sitúan al ser en un precipicio, un pretil desde donde pueden divisarse dos abismos: el del goce y el de la fractura. Al explorar los límites de sendas profundidades, la profesora de Filosofía y escritora madrileña María Jesús Mingot abarca en su palabra un mismo sentir emocionante y frágil al mismo tiempo. La Marea del Tiempo, con prólogo de José Luis Fernández Hernán, integra ambas marcas, una dualidad que corona la verdadera expresión del existir.
En esta cuarta entrega lírica, La Marea del Tiempo, tras Cenizas, Hasta mudar en nada y Aliento de luz, María Jesús Mingot explora la permanencia y la precariedad, el asombro del amor y el compromiso ante las vivencias. En ambas demarcaciones influye el empuje del tiempo y su erosión en la palabra, tal vez, como un modo de construirnos, siempre desde la atalaya de la serenidad. En esta cadena lírica cala hondo en el lector el faro moral y también el estilístico, lo que hacen exquisito este libro de poemas. Un lirismo siempre trascendente, gracias a una expresión que tensa la emoción sin derramar toda la emoción, sino que la evoca y la sugiere con imágenes plásticas transparentes para que el lector cree un imaginario de emociones y vivencias atemporales.
Recuperando las palabras de la propia autora subidas al blog «Palabra de Gatsby», quien comenta que «Para mí la literatura transita siempre por el territorio de la sombra, de la disgregación, de la fragilidad. Se aventura en los límites del lenguaje, que lo son de la propia vida». De ahí se desprende una poética que recorre el espacio poético que domina la existencia frente al asombro de la permanencia; al cabo, existir contra todo pronóstico.
Una de las características expuestas en su anterior libro, Aliento de luz, aparece nuevamente en este más reciente, La Marea del Tiempo: a María Jesús Mingot le interesa presentar el conjunto, limpiamente, sin citas que lo complementen, salvando las dedicatorias a seres queridos y amigos. Otra peculiaridad es que el título aparezca incrustado, predominantemente, al final de los versos del poema.
La estructura obedece a una honda meditación. El libro contiene unos sesenta poemas agrupados en dos secciones: en la primera, «Amanecida», el sujeto recrea el amor desde su poder genésico corporal y espiritual en distintos lugares y tiempos. En la intemperie temporal el sujeto vende caro su precio: esa energía nos transmite autenticidad y esperanza. Pese a todo, no cae en la abstracción, sino que recorre imágenes cotidianas. Solamente las elipsis verbales y algunos símbolos, que podrían complicar el detenimiento concreto, trascienden lo vivido, como destella el excelente primer poema, «Fe»: «Fuerza motriz y puerto, / el impulso sagrado que te nombra, / te mantiene en el aire pese al miedo». Su prolongación o estrecha vinculación con el título «Poema» insiste en eliminar lo banal, que, aquí, es la esencia de la poesía: su verdad.
Tras ese despojarse necesario para transparentar toda la singularidad, una tríada de composiciones dedicadas a la amistad nos acerca al tono cercano e íntimo que reflejan los poemas posteriores. La invocación corpórea materializa e interroga su estado en «Cuerpo»: «¿dónde irás a dormir tu largo sueño, / tú que tanto velaste / por tus hijos desnudos?». Dos de los mejores poemas de esta sección, «Todo el calor del mundo en este instante» y «Humus de otoño» celebran el instante corpóreo desde la perplejidad, los dos alejan la carne de la sombra de lo inexorable, en ambos el tono es celebratorio. El sentido del fluir puede verse reflejado en el agua como un deseo o un sueño, de forma similar lo concebía Cernuda, como puede interpretarse en la lectura del poema «Primer baño de amor, a ciegas». A propósito, leemos otro excelente poema que traza la geografía emocional de países fríos, el entorno participa del presente y se prolonga en el devenir de los días. Es en la primera parte de «La larga noche oscura», con guiño sanjuanesco incluido, donde el yo se abre, contemplando los elementos, hasta arder y consumarse en la pasión: «la larga noche oscura ampara el nacimiento, / el despunte del día que vendrá». Los tintes eróticos van subiendo la temperatura en estas composiciones. La plenitud amorosa, al modo juanramoniano, se releja en «el mar que nunca duerme».
Antes de que la incertidumbre o el devenir del fracaso arrastre al ser al golpe del desencanto que hallaremos en «La tierra prometida» y en «El dios esquivo», surgen distintas paradojas de la existencia: presencia frente a ausencia; soledad frente a compañía; esplendor frente a vacío; el ser ante el infinito. Paradojas que esconden abismos versificados sobre los que el ser reflexiona. Entre medias llaman la atención dos magníficos poemas, «Solitarios delfines» y «La tarea del héroe», que exploran la veta crítica de una sociedad posmoderna ególatra, casi inane, cuyos seres carecen de un compromiso vital o de autenticidad.
En la segunda sección se nos ofrece una visión pesimista y, como consecuencia del desencanto, los tonos se oscurecen. Los poemas amorosos dan lugar a composiciones donde la herida da cuenta de la fragilidad del ser. En uno de los más sobresalientes se encuentra el soneto de título homónimo del libro, donde el tiempo ha erosionado el amor y el «aquí y ahora» atestiguan el olvido. En este sentido hallamos uno de los mejores poemas de esta sección, «Razón de amor». Los versos tan pronto se dilatan como se contraen, sirva de metáfora el efecto creado al tomar agua o arena entre los dedos, traen el recuerdo doloroso de la pérdida en «Consternación»; los aromas lejanos de la infancia en «Infancias», o los dedicados al refugio natal en «La casa hundida»; o al sentido nómada razón de nuestro ser en «Una casa a lo lejos». Vestigios del pasado que quedan impresos ahora en los poemas para que no se desvanezcan.
Las paradojas (la vida frente a la nada; el amor frente al olvido) acentúan el tono oscuro. Los espejos ya no reflejan a un ser que canta su amor, sino que, mudos, ofrecen tan sólo el silencio. La soledad cala en la individualidad de un ser que, lejos de enraizarse en el yo, termina abriéndose a la colectividad. Así, los poemas quieren ser voz de distintos desajustes sociales. El tono ahora se hace más claro. Una poética de la conciencia que arroja al sujeto que cuenta lo relevante y lo que duele. Mingot crea potentes imágenes visuales que el lector interpreta en clave crítica. La plasticidad se centra en las imágenes visuales que nos aportan los versos de la autora madrileña en la serie «Burka», «¿Dónde está el hombre?», «Infancias», «Invisibles» o «La estela del dictador» que toma el pulso a la pobreza, a la delicadeza y a la finitud de los seres, a las carencias que nos hacen mortales. Fragilidad ya enunciada por Heráclito. Para ello el único antídoto es el amor; o dicho en palabras contenidas en «El remedio infalible»: «La única tarea que tenemos es llegar a amar lo que somos».
María Jesús Mingot escudriña al ser con una mirada interior que trasciende en un exquisito repertorio de versos que reflejan la tradición literaria. Es posible que en La Marea del Tiempo el lector halle dudas sobre la finitud del amor o sobre nuestro nomadismo, pero ningún titubeo en el discurrir lírico que celebra los límites.
Fe
Pan primordial,
en tu ausencia, qué a ciegas vaga el hombre.
tú levantas los puentes del presente,
sobrevuelas barrancos con tus alas
de papel que se afirma mientras vuela.
En la pupila, el trémulo reflejo
de iridiscente luz hacia la luz.
Fuerza motriz y puerto,
el impulso sagrado que te nombra,
te mantiene en el aire pese al miedo.
Todo el calor del mundo en este instante
Y en tu cuello latía
el misterio de ser presencia pura,
en el latido de tu cuello blanco,
estrella, albor, materia en llamas
al besar tu carnal turbación,
tan cubierta de barro
mortalmente dichoso.
Dichosamente en ti,
renacido jardín de prímulas rosadas y jazmines
sobre la tierra húmeda,
telar secreto que devana
el deseo emergente
o desbocado,
pura cascada ya,
vibración en cadena,
los labios en los labios,
en la acuosa hendidura que cobija
todo el calor del mundo en este instante.
Razón de amor
Ama tu muerte
como a aquello que más
has amado en la vida.
Tu condición mortal
solo te quita aquello que te ha dado.
Nómada del asombro y la penuria.
Tú has sido el labrador
que ha regado una tierra que no es suya,
mas te quejas sin tregua de cuán injusto es que tengas que morir,
sin percatarte de que llevas en ti aquello que repudias,
y que se ha consumado cada día esa muerte que niegas,
en cada gesto tuyo,
en cada bocanada de aire fresco que tomas,
en el latido,
que en el cambio de turno
se disuelve como humo,
para dejarte a solas
con la sola pregunta para el hombre
acerca del sentido de estar vivo.
María Jesús Mingot