Al escribir “admirado” he sentido una gran turbación, porque recordé de repente lo que se opinaba oficialmente de usted cuando yo era joven, en aquellos años que en el país en el que vivo imperaban moralmente ideas condenatorias de todo lo que usted representa.
Usted era, al parecer, un defensor de los placeres por encima de todo, y entonces a los placeres se les atribuía un tinte pecaminosamente carnal; usted era una especie de depravado, un defensor de darle gusto al cuerpo sin consideración a normas ni respeto a verdades sagradas…
Pasaron los años y cayó en mis manos un libro de Tito Lucrecio Caro titulado De la naturaleza, que era la traducción del latín –De rerum natura- hecha por el liberal y réprobo abate Marchena y publicada en la sospechosa editorial Ciencia Nueva, y tuve ocasión de conocer lo que usted pensaba de la materia y del vacío, de los dioses y del alma, de los astros y de la muerte… y, sobre todo, descubrir su “apología de los sentidos”, que ponía en su lugar lo que realmente somos y nuestra relación con esa realidad azarosa que nos rodea.
Y luego supe que usted defendía el placer, pero no desde el exceso, sino el placer con sentido común, y no solo el placer corporal, sino conjugado con el espiritual, para buscar un equilibrio que procurase siempre evitar el dolor.
Lo que quiero decirle es que aparece en España –en la península que está al otro lado de Mediterráneo, lejísimos de su patria, en el Egeo- una revista digital que lleva su nombre y un subtítulo “Revista de los grandes placeres”. Sería demasiado difícil explicarle a usted qué es eso de “digital”, pero pertenece a los sistemas de comunicación e información que están vigentes en este planeta, para bien y para mal, dos mil trescientos años después de que usted viviese.
¿Que cual es la pretensión de tal artilugio? Su director, Aurelio Loureiro, que durante muchos años fue responsable de una revista de literatura llamada LEER cree, como usted, que hay muchas cosas en el mundo que nos pueden hacer disfrutar de la vida. Por supuesto, los placeres físicos que nos dan el amor, los viajes, la gastronomía o el deporte, pero perfectamente ajustados a la cultura que está en las ficciones, en la poesía, en el pensamiento materializado en ensayos, en las artes plásticas, en la música, en el teatro, en el cine…
Es decir, en todo lo que nos sirva para hacer crecer nuestra comprensión de este mundo caótico y confuso, y gozar de sus cosas buenas siguiendo sus enseñanzas: tener amistad y buena compañía, libertad, no ser codiciosos, una filosofía de la felicidad, buscar la ausencia del dolor físico y psíquico, una vida intensa más que larga, considerar riqueza lo que se tiene, cuidar el regodeo físico y no perder la serenidad espiritual… Estoy seguro de que la evocación de su figura y de su obra serán un magnífico referente para el proyecto y un estímulo para quienes nos implicamos en él. Reciba de nuevo mi respetuoso y cálido recuerdo.