A mí me parece que, a día de hoy, aún carecemos de la perspectiva necesaria para valorar, en toda su monumental e irrepetible dimensión, eso que podríamos llamar el “fenómeno Carlos Núñez”. Y conste que les digo esto con total sinceridad, con el corazón en la mano, entre otras razones porque conviene decir siempre la verdad, que es una costumbre que se está perdiendo a pasos agigantados. El músico vigués no es solo uno de los más grandes artistas del país, al mismo tiempo que -y permítasenos también la licencia de decirlo así, de esta manera un tanto de andar por casa- un auténtico ídolo de masas. Es, por encima de cualquier otra cosa, un creador con el que se identifica un universo entero. El artista que encarna lo mejor del poliédrico mundo de lo que podemos llamar cultura celta, pero que también cabría denominar, y quizás de manera bastante más precisa, cultura atlántica.
Carlos Núñez conmueve siempre a quienes lo escuchan. A miles y miles y miles de personas que, aun teniendo los perfiles más distintos, aman su música. Y que no sólo la aman sino que, cada uno a su manera, sienten, a menudo, que esa música los transporta a una realidad distinta, al envés de cuanto nos rodea, a esa forma superior de la verdad que es la poesía.
Porque Carlos Núñez, queridos amigos, es un poeta. Y un poeta de especial mérito, puesto que no precisa de palabras para abrir las puertas que conducen a una región desconocida: al inmenso misterio que nos rodea.
Si me permiten un comentario personal que es casi una confidencia, yo me emociono mucho escuchándolo tocar. Siempre. Por eso -y perdonen ustedes también este tono tan poco periodístico, esta rendición incondicional que uno no sólo no oculta, sino que abiertamente manifiesta- creo que somos muchos los que tenemos que darle las gracias. Él le ha puesto música a las cosas que amamos. Una música en la que reside el alma de un país entero.
Y en esa música habitan desde el brumoso recuerdo de quienes veneraban a las estrellas cuando aún ni se había oído hablar siquiera del romano hasta los lazos que las llamadas naciones celtas han ido reforzando a lo largo de la historia, pasando, naturalmente, por todo cuanto rodea al Camino de Santiago.
Reconozcamos el inmenso talento y la creatividad sin límites de Carlos Núñez. Será la historia, cuando haya pasado el tiempo suficiente para poder contemplar en su auténtica dimensión todo cuanto él ha hecho, la que sitúe su obra en el lugar que nos corresponde. Pero, mientras tanto, que no se nos olviden algunas cosas igualmente importantes.
Por ejemplo, dejar constancia de que, además de un gran músico, y como todo el mundo sabe, es un maravilloso ser humano.