Los que sentimos fascinación por los pueblos de cazadores nómadas del Ártico estamos de enhorabuena.
Aventuras de supervivientes, fábulas, magia, intriga y aprendizaje con tonos líricos.
Un horizonte vacío y un silencio geológico acompañan la mirada de Uqsuralik, la joven inuit protagonista de la novela de Bérengère Cournut De piedra y hueso —material con el que los aborígenes hacían los juguetes a modo de presas para familiarizar a los niños con la caza, indispensable para la supervivencia—, sexto libro publicado en la exquisita colección «Narrativa salvaje» por la modélica editorial Errata Naturae. La narradora francesa se mete a lo largo del texto en los adentros de esta huérfana, «mujer de piedra con carácter de oso, con nombre de armiño» mientras nos va contando su vida, sus periodos de soledad y de convivencia familiar o en pareja, en la infinitud polar, rodeada de fiordos y glaciares, perdida en medio de la inmensidad de la tundra, siempre a merced de los elementos.
La historia ficticia de esta cazadora avezada le sirve a Cournut para introducirnos en el folklore y tradiciones de los pueblos nómadas del Norte extremo, en sus tabúes y supersticiones harto curiosas, en sus rituales atávicos, en las leyendas de espíritus maléficos y tutelares y en el proceder iniciático de los chamanes, fundamental al cabo en el desarrollo de la trama. Este poso narrativo de lo ancestral me ha traído a la cabeza a Knud Rasmussen, «el hombre al que precedía su sonrisa», al que cita la autora en el posfacio del libro, además de protagonizar, a cuenta de la Segunda Expedición Thule, el singular colofón marca de la casa, etnógrafo, antropólogo, natural de Groenlandia, de madre inuit y padre danés. Este intrépido explorador polar circunscribió su mundo al vasto Ártico que recorrió y examinó al dedillo para conocer a fondo a sus moradores y compilar durante treinta años de intenso trabajo la mitología y las leyendas de los pueblos esquimales.

Errata Naturae. Precio: 19,90 €.
Que ésa es otra, el año pasado, justo antes de la pandemia, apareció en nuestro idioma, como es habitual en Anagrama, Instantáneas, una recopilación de breverías sin desperdicio de Claudio Magris. En una de ellas, titulada «El lugar donde el corazón calla», aclara que inuit ha sustituido al clásico esquimal, por mor de lo políticamente correcto ya que significa «persona o pueblo», lo que de paso da idea del sentir comunitario de los habitantes del Norte polar, mientras que esquimal es el nombre que les dieron los indios algonquinos, término ofensivo pues podría traducirse como «comedores de carne cruda», costumbre que, naturalmente, practica por necesidad, Uqsuralik, a quien asimilo con Koo-tuck-tuck, con su «mirada absoluta en el vacío de los hielos», la muchacha fotografiada en la bahía de Hudson por Geraldine Moodie en 1905, a partir de la que Magris concibe su hermoso texto.
Según avanzaba la novela me imaginaba a la protagonista, solitaria, en compañía de su fiel perrilla, a la búsqueda de focas con las que poder saciar su hambre, «la mirada perdida en la blancura del cielo, la mente opaca», cruzándose con Rasmussen en el trineo tirado por sus huskies, tal vez «como un paquete de carne congelada», dispuesto a atravesar por vez primera el paso del Noroeste, que ahora, con el calentamiento global, parece ser que es navegable. Las alusiones a la tradición oral recogida por Rasmussen permiten a Cournut introducir en el argumento de base realista lo fantástico, con gigantes y otras criaturas, incluso lo místico, a través de un hombre-luz.
Así, con el añadido de tonadas que aportan los personajes como si se tratase de un musical, predomina el tono lírico, no sé hasta qué punto atribuible a una traductora tan versada como Regina López Muñoz, en contraste, por ejemplo, con ‘Kuessipan’ de Naomi Fontaine, editada recientemente por Pepitas de Calabaza, que aborda fragmentariamente la vida diaria en la reserva de Uashat, en la costa canadiense de San Lorenzo y muestra sin paños calientes la durísima existencia de esta tribu india de ojos rasgados, en especial de las mujeres, cargadas con el peso de los niños y de la subsistencia, como aquí la protagonista apecha con las labores de caza, recolección de bayas, huevos o raíces, más la maternidad, el cuidado de la familia, a veces amplia, otras muy reducida, y las abnegadas tareas domésticas: «no damos abasto entre descuartizar las focas, trocear y cortar la carne, rasurar, masticar y coser las pieles para fabricar prendas de vestir». Eso sin contar con que sufre la violencia masculina, vengativa, del mal representado por un individuo torpe e inútil. Pero la narración participa también del subgénero de aventuras de supervivientes, se acerca a veces a la fábula e incluso a lo mágico, sin olvidar un plus constante de intriga y aprendizaje. Todo ello emociona y con frecuencia encoge el corazón.
Completan el volumen un cuaderno de hermosas fotografías de aquellos lares y un canto exento, independizado de la narración a modo de epílogo o coda, puesto en boca de la hembra del buey almizclero, un homenaje a la «memoria antigua, y a los poderes inconmensurables de las mujeres», de cuando los seres humanos y los animales compartían «la misma percepción del mundo». Y en efecto durante toda la historia narrada se produce una igualación prosopopéyica entre hombres y bestias, además de animar constantemente la naturaleza mediante la personificación de los vientos, la nieve o el hielo.
Los que sentimos fascinación por estos pueblos de cazadores nómadas del Ártico estamos de enhorabuena, en poco tiempo se han traducido a nuestro idioma, aparte de los libros mencionados, varios testimonios de expediciones de carácter científico a estos confines de la Tierra, de creciente actualidad por ser campo de prueba de los efectos del cambio climático. Es el caso de Un tiempo más salvaje de William E. Glassley, en la misma editorial, o Hielo, de Marco Tedesco, en Gatopardo. Para que volvamos a conmovernos, como en De piedra y hueso, con la luz azulada de una luna espectral que «brilla como dos cuchillos de mujer unidos», el bramido del hielo, traicionero, en la banquisa, la lengua extraña —de «succión, de desagüe y de crujidos»— de los icebergs a la deriva.