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BELÉN ORDÓÑEZ BADIOLA Relatos entre notas

W.A.A.

W.A.A.

Relatos entre notas (para músicos y otras especies).
Belén Ordóñez Badiola.
Eolas. Precio: 13 €.

Música en el jardín de Epicuro

Con el nacimiento de Epicuro nació también la necesidad de Belén Ordóñez Badiola de expresarse más allá de la música, pero con la música siempre presente. Descubrí, al mismo tiempo que los lectores de la revista, que Belén tenía un talento especial, además de su destreza para tocar las teclas del piano, para tocar las teclas de la palabra que vierte todo su significado en la literatura. No me extrañó, sin embargo, porque conozco el entorno de la autora y de su pareja, mi admirado Juan Carlos Uriarte, y la literatura surge de cualquier rincón y hace de pegamento de las distintas disciplinas de la cultura y el arte; humanismo en cada resquicio y, con él, esa capacidad de disfrute de los sentidos que engarza la música con el afán cotidiano. Reconozco que sí me sorprendió un poco la naturalidad con que en sus relatos mezclaba la ingenuidad del poeta que empieza y la avispada locuacidad del loco que sabe que los sueños también están secuestrados por la música y no quiere renunciar a ellos, aunque le tilden de loco. Es fácil caer en el síndrome de Estocolmo cuando la música te secuestra y se convierte en literatura. No es fácil que los sonidos se conviertan en palabras, pero Belén lo consigue y nos hace creer que nosotros también podemos conseguirlo; tal es su capacidad de seducción. De aquellos primeros relatos y los que ha ido publicando en Epicuro a lo largo de este tiempo surgió una vocación que desemboca en su primer libro: Relatos entre notas. Alguno de los relatos fue publicado en Epicuro, pero la mayoría son originales; lo que refuerza mi impresión de que, más que un buen principio, es un maravilloso punto y seguido.

Aurelio Loureiro

Foto: Juan Luis García

Sonidos en blanco y negro

La idea de disfrutar del tacto de los libros, su aroma y las múltiples historias que caben en ellos le despertó la urgente necesidad de escapar de ese lugar. Ideando un plan inteligente consiguió lo que quería, y saliendo por la puerta como mujer invisible, desapareció para nunca volver.

Comenzó a escribir todos sus periplos como si los estuviera viviendo una y otra vez, también disfrutó con la inventiva de situaciones atípicas, unas veces divertidas y otras no. Se dio cuenta de que podía imaginar cualquier cosa y hacerla real. Plasmó su pasión por la música en cada uno de los relatos, y tan pronto estaba ejecutando los études-tableaux para piano de Rachmaninov con siete dedos en cada mano, como volando para dirigir desde el cielo la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorak, o emocionada hablando con su piano de cola en la intimidad, porque los dos siempre prefirieron la discreción.

Plasmó la impresión que le causó su abrazo con Malher sobre el tejido de la libertad mientras los dos escuchaban entre lágrimas la eternamente desconocida décima sinfonía, desde el principio hasta el final. También estaba Malher con ella cuando rodeando con los brazos su árbol genealógico entonaba con suavidad el Adagietto de la quinta sinfonía. Nunca se sintió defraudada por él y mantuvo su relación en otras muchas circunstancias entrañables.

Recordó su vida en el caparazón del ahogo; cuando el peso de la desilusión aplastaba su enorme riqueza convirtiéndola en despojos, y cuando se arrastraba para no tropezar una y otra vez con los mismos e innatos errores. Nunca había pensado que el sufrimiento pudiera ser el camino que va seleccionando la importancia de las cosas, y desde ese estado de lucidez comprobó que las conclusiones a las que había llegado eran verdaderas y luminosas.

Dio vida a sus dedos y pudieron conversar entre ellos, unas veces se quejaron del duro trabajo y otras dieron las gracias por disfrutar de los maravillosos sonidos que pueden y saben provocar en blanco y negro. No quiso mentir, ver cómo se puede alargar una nariz hasta límites insospechados es tremendo. No se le olvida la imagen de aquel pianista en pleno concierto con esa protuberancia que crecía sin parar tropezando con el atril del piano, resbalando y dando la vuelta con un doblez en ángulo recto que empezaba a expandirse por el teclado, enredándose con sus dedos y convirtiéndose en una telaraña que le secuestraba.

Termina una composición para mandíbulas y piano, que se titula La manzana. Y se divierte pensando en su transcripción para orquesta y se imagina el día del estreno con la manzana en el regazo a la espera de que le dé la entrada el director, batuta en mano. También sale de su respiración la Sinfonía de las Cavernas, en esta obra se inspiró inspirando por la nariz, pero prefiere mantenerlo en secreto para que no la tachen de loca.

Inventa problemas, nuevas situaciones, pensamientos encerrados, ondas transparentes. Después de escribir relatos entre notas (para músicos y otras especies), a lo lejos se oyen los previsibles lamentos mientras abandona para siempre las tareas rutinarias. Comienza a disfrutar del preciado silencio que ya no le dirige a la confusión.

Cuando por fin tuvo su libro en las manos pudo corroborar lo que intuía. La idea de disfrutar de su tacto, de su aroma y de las múltiples historias que cabían en él, hizo que sintiera la necesidad de volar para siempre.

El ungüento que la convirtió en mujer invisible para poder desaparecer y nunca volver, ocupa el altar que merece al lado de su piano de cola.

Belén Ordóñez Badiola

Foto: Juan Luis García

“Recuerdos acompañados de vida, y vida que ahora está en los sueños”, escribe en uno de los relatos Belén Ordóñez, reconocida pianista que inicia con este libro su andadura literaria. Si es verdad que “la música me acompaña continuamente”, como afirma en otro momento, no lo es menos, según creo, que el acceso a los ámbitos de la creación se resuelve con frecuencia mediante un lenguaje metafórico o situaciones simbólicas, al menos en apariencia. La música inmersa en la vida, envolviéndola y enriqueciendo su significado. Si alguien tiene estas claves, como es el caso, tiene ya parte del camino recorrido, puesto que uno piensa que, al margen del espeso galimatías para los que no somos ni siquiera diletantes en la materia, la música es el grado más sublime de la creación. El arte relacionado con los sentidos, seguramente cualquier melodía es un antídoto que mitiga los resortes de cualquier tipo de destrucción o abre los resortes que liberan o disminuyen nuestros pasajes confusos. No creo, o no creo demasiado en la terapia de la creatividad, sí, sin embargo, en el fortalecimiento del “tejido de la libertad” al que alude en otro momento, “la libertad que ofrecen los poros de la piel”, para que no quepa duda de los sentimientos como expresión de la emoción de la belleza.

La música está presente aquí a través de la palabra, a través de sensaciones, momentos y experiencias, un “laberinto de sonidos” que conducen a la “maraña de emociones en que estoy inmersa”, verdadera antesala de la creación, el advenimiento de la creatividad. Quiero decir, porque así lo entiendo y constato, que detrás de cada texto hay una profunda sensibilidad de la autora, que nos ofrece una serie de relatos independientes que, sin embargo, conforman una única pieza, como una sinfonía llena de matices, de movimientos y contrastes. Lo apreciará con nitidez el lector, transportado a vibraciones diversas según estados de ánimo: es distinta la música, distinto el relato. Es el rechazo de la rutina, el descubrimiento de nuevas miradas, la alegría –siempre presente su acento- por “solucionar los problemas del alma”, que no otra cosa es en esta ocasión la búsqueda de lo imprescindible, de lo esencial, en la que el lector tiene la posibilidad de participar por sus cierres abiertos, por sorprendentes, que propone Belén.

La escritura es el arte de la palabra, aunque no solo. Cuando, además, está sometida y modulada por la melodía como fondo, se convierte en un acontecimiento gozoso para quien ejerce como lector. Es la mejor invitación para abrir la puerta de estos relatos.

Alfonso García

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