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Autorretrato del artista cachorro

Fermín Herrero

Fermín Herrero

Ya sentarás cabeza. Ignacio Peyró.
Libros del Asteroide. Precio: 24,95 €.

Periodista y actual director del Cervantes londinense, Ignacio Peyró pasa a engrosar la ya nutrida nómina de diaristas españoles recientes.

Ya sentarás cabeza reúne apuntamientos llevados a cabo desde 2006 a 2011, de sus veintiséis años hasta que rebasó la treintena, índice de su precocidad.

El periodista y actual director del Cervantes londinense Ignacio Peyró pasa a engrosar la ya, por fortuna, nutrida nómina de diaristas españoles recientes con Ya sentarás cabeza, apuntamientos llevados a cabo desde 2006 a 2011, de sus veintiséis años hasta que rebasó la treintena, índice de su precocidad en estas, como en otras, lides. Mentira parece por la cultura vastísima y firmemente asentada que se desprende de sus más de quinientas páginas, un festín literario en toda regla, a tal punto que me pregunto si no habrá revisado y reescrito las notas. Desde el principio te deja pasmado con qué soltura y propiedad cita a Modiano, Giono, Eça de Queirós, Jünger, Pascal, Leopardi, Gide, Julien Green…

Tanto o más que lo precoz, sorprende la capacidad de conjugar en una misma personalidad rasgos opuestos por completo. Hombre mundano y de mundo, de corrillos y francachelas, pegado al periodismo embarrado y cardiaco, es amante del retiro sin bucolismos, bien es verdad que en la finca de cientos de hectáreas de sus padres hacia Herrera de Alcántara, en la raya portuguesa, y propenso a la misantropía. Más o menos a mitad del libro arguye con humor, el condimento que para dicha del lector no falta en casi ninguna página, los errores de una estrategia electoral de Rajoy y a seguido, como diría su venerado, pues hasta peregrinaba a Alcazarén, José Jiménez Lozano, con una precisión que estremece y consuela a quienes somos también devotos del solitario de Le Creusot, habla desde una merecida unción de otro raro inigualable, Christian Bobin. Desde luego no puede decirse que no acierte con sus escritores de referencia, todos apartados por la posmodernidad, por el gremio y los mass media: a los citados cabe añadir a Valentí Puig, su mentor en el mundillo periodístico y de las letras, Carlos Pujol, Simon Leys u Olegario González de Cardenal. No es de extrañar que prescriba alcanzar la virtud desde una contradicción fecunda: «El ideal es ser un misántropo sin que nadie se entere».

Simultanea también su forja como periodista de raza fogueándose en el Congreso de los Diputados y en el foso de cocodrilos de las redacciones en continua crisis («la vida del periodista es divertida, lo que me hace pensar que cuando se cobraba era maravillosa») con la juerga disipada y noctívaga, blanda y ociosa, y las hechuras de un bon vivant con continuas caídas senequistas. De ahí que el libro sea al cabo una celebración de la vida en su multitud de manifestaciones, con un estoicismo de fondo como contraste: «Que conformarse con muy poco no signifique que aspiramos a muy poco». No le hace ascos, además, a casi nada, igual acomete un regate futbolero que un sesudo barrido por el presente, pasado y futuro de las corridas de toros, lo mismo coteja la ginebra con el whisky que bosqueja la fina estampa del astuto y desvariado Mario Conde en su pazo empozado en el tiempo. Y siempre con brillantez, originalidad y gracejo.

De la variedad tonal de los diarios dan buena cuenta las entradas hiperbreves, que van, por poner algunos extremos, desde lo lírico, que abomina en general en su faceta más blandengue: «El pájaro en la rama sabe cosas que nosotros no sabemos», sugerente apreciación como de orden sanjuanista puesta al día por Valente, a lo experiencial puro, trufado de ironía, con apoyatura en Ovidio: «Remedia amoris. En cien años todos castos». De la impresión sobre los desvaríos de la pedagogía triunfante: «Es curioso que hoy se propugne tener autoestima antes de tener motivos», a la finura en un consejo sobre la conducta: «Indiferentes al elogio, agradecidos al afecto». De un pastiche de «La casada infiel» lorquiana, al modo en que Jon Juaristi la despeñó hacia lo batasuno, con un humor menos corrosivo: «Y yo me la llevé al Bogo,/ pensando que era mocita, / pero tenía maromo» al «dolorido sentir de Garcilaso o la angustia existencial de un Sartre» en diversos avatares sentimentales, lamentándose de que la melancolía atormentada byroniana se haya trocado hoy en depresión rasa. Contempla, en fin, un abanico enorme de acentos sólo en las reflexiones sentenciosas que aderezan los parágrafos más extensos, a tal punto que bien hubiese podido publicar exento, espigando las que intercala aquí, un libro, de los que tanto proliferan últimamente, de aforismos.

En cierto modo, tal cúmulo de aperturas determinan que en el fondo asistimos a una novela de formación, aunque esto equivaldría a suponer que nos encontramos ante un escritor en ciernes como sería propio de su edad, pero ya advertimos al principio que no es así, ni siquiera en agraz. Por otra parte, Peyró no elude lo privado, pero preserva casi por completo lo íntimo. Cabe también señalar que las anotaciones constituyen por emanación un análisis, muy bien argumentado, y resumen de la situación social y política de este periodo de la historia de España, visto desde las tripas del grupo Intereconomía, entonces en sus inicios y ahora abducido e imbricado en Vox, con sus sucursales La Gaceta, «el diario bronco de la mañana», y Alba, desde el que Peyró reparte como vigía resabiado a diestro y siniestro, con un conocimiento de causa absoluto y una lucidez y agudeza reservadas a pocos. Las apreciaciones políticas, sobre todo de prebostes del PP, ya que ejerció, aunque poco, de speechwriter del mentado Rajoy durante la crisis que dinamitó el gobierno de Zapatero, y con posterioridad de Cospedal en una campaña manchega, si bien tiene cera de sobra para otros partidos, tal vez sean algo pedestres, pero mucho me temo que no hay más tierra para arder o airear.

Una vez terminamos de zamparnos, la mayor parte del tiempo tumbados, como prescribe su identificación de la pereza con la infinitud, sus observaciones, impresiones, sucedidos, juicios y sobresaltos, tenemos la certeza de que, al contrario de lo que él mismo señala con tino, que «en nuestros días el mayor orgullo está en lo que no hemos leído», el banquete, dada su altura estilística y conceptual, ha sido provechoso y no nos queda sino recomendar vivamente tanto este su primer libro de anotaciones sueltas como el anterior, publicado hace dos años por el mismo sello, Libros del Asteroide, Comimos y bebimos. Notas de cocina y vida, otro festín de prosa en estado de gracia bajo el lema azoriniano del colofón «comer no es ingerir», un delicioso manojo de artículos en la línea de una de las apreciaciones de Ya sentarás cabeza: «Deglutir aburre, pero la cocina              —alguna vez— puede tener tanta verdad que no sea placer sino belleza». Lo mismo vale para estas andanzas y consideraciones afiladas y certeras de su primera juventud, que esperemos tengan continuidad.

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