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Autocrítica, raíces al aire

Antonio Manilla

Antonio Manilla

En busca de una pausa. Juan Carlos Abril.
Editorial Pre-Textos. Precio: 16 €.

¿Quién soy yo?», se pregunta la voz con ecos que nos habla desde el libro En busca de una pausa.

Juan Carlos abril lleva a cabo un ejercicio dialéctico. Una profunda autocrítica.

Si nos atenemos a quien lo firma, Juan Carlos Abril, conocemos su biografía: nació en Los Villares, Jaén, en 1974, ejerce como profesor de Literatura Española en la universidad de Granada y, como poeta, ha publicado tres libros antes de este: Un intruso nos somete (1997), El laberinto azul (2001) y Crisis (2007). Es además responsable de antologías sobre autores como Francisco Brines, José Manuel Caballero Bonald y Luis García Montero, entre otros, así como crítico literario y director de la revista Paraíso. En un lugar de los versos, esa voz de todas las edades de cuantos Juan Carlos Abril han existido, se responde y nos confirma que estamos ante una escritura autobiográfica que a la vez se aferra a uno de los pocos asideros —la geografía natal— que tiene la identidad cuestionada: «En un pueblo del sur, en el invierno, / nací en la calle del Arroyo».

Tras los poemas por lo general breves y existencialistas de Crisis, en esta nueva entrega, que llega más de una década después de aquel poemario también aparecido en Pre-Textos, las composiciones se expanden y alargan su vuelo —no llegan a veinte—, como respondiendo a la intención de indagar hasta el fondo en la propia conciencia de un yo que se afina al enunciarse, que de algún modo se reconstruye al cuestionarse, permanentemente al rececho de sí mismo o de los otros que llevamos dentro, porque somos seres con historia y memoria. La «pausa» del título, como ha señalado Arturo Tendero, acaso sea la del yo. Esa posibilidad que busca el poeta de verse desde fuera, en el medio del camino de la vida, obedeciendo al antiguo adagio griego: «Conócete a ti mismo».

El desafío que ha afrontado Juan Carlos Abril en este libro es un ejercicio dialéctico. Una profunda autocrítica. Ayudémonos de la definición que nos da la enciclopedia: la autocrítica es un «método para resolver las contradicciones entendidas como la fuerza dinámica que conduce a la transformación de la realidad, expresada en la tríada tesis-antítesis-síntesis». Entre el «pasado todavía vivo», como se define a la tristeza, y el mañana que es «la esperanza al alcance de la mano», se mueven todos los poemas de En busca de una pausa, que termina reconociendo que nada más se ha estado «desempolvando ahora / la memoria, desocupándola / para empezar un nuevo viaje». En el tránsito, el poeta ha ido dejando sus raíces al aire.

En este hondo examen de conciencia, se cuestiona la capacidad de las palabras, la distancia que se establece entre «lo que quieren decir y lo que dicen», pues son capaces de llevar a yerro al poeta y, a la vez, servir para conquistar de nuevo la impureza arrebatada, sus «vínculos de niebla» que nos sacan de la isla desierta, del cuartel de invierno, del mundo aparte de la literatura. Atravesar la noche con un poema entre las manos, puede conducir a cuestionar la posibilidad de la comunicación, o, más bien, a la reivindicación de cuanto está al margen de lo comprensible: «Que tú no lo comprendas / no significa / que nadie pueda comprenderlo, / y que los referentes / sean la realidad». Dos voces al menos se abren paso en los poemas, complican su discernimiento, enriquecen con sus ecos la sugerencia. La tensión de la alteridad está presente y se la nombra, reseñando quizá la otredad entre el que se fue y el que se es, pero en los poemas de temática sentimental se refiere al sujeto plural del amor: el propio autor se recomienda recordar quién es en ese «camino inverso que recorres / del nosotros al yo». Se reflexiona también sobre la amistad, las cosas que no debemos recordar ni nosotros mismos, los «amigos desde nuestra herida». Todo cuanto nos duele cabe ahuyentarlo a la vez que se convoca mediante la palabra, vehículo del pensamiento y catarsis: la escritura como laberinto y horizonte.

El dolor es una presencia relevante en buena parte de los poemas contenidos en este volumen. Él es quien hace que desconfiemos hasta de la primavera, le erijamos leyenda en la soledad, asistidos por el privilegio de las palabras bífidas, por el consuelo de la poesía. El dolor de los fracasos pasados, los desengaños vitales, el desencanto de las ideologías, las cicatrices de las quimeras, van abocetando un ser de vuelta de todas las ilusiones que al alma animan, mas no desencantado, pues aspira a un lugar o un ser nuevo en donde fundar un hogar propio, en paz con el pasado y el musgo de la memoria, un lugar en donde las palabras puedan hallar su nido de «verdad», sin melancolía, que es el prisma que desvía los rayos de la realidad vivida, el que lo trasmuta en coloreado escaparate de espejismos.

Poesía de una madurez escéptica, que ha superado las utopías y conocido la soledad, decepciones, el dolor, que ha superado las intemperies personales… y tiene a la conciencia por compañía.

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