
Ed. Eolas. Precio: 20 euros
Angel Fierro es persona afable y generosa, como corresponde a un habitante de la montaña de León. Es poeta y escribe ensayos multidisciplinares. Pero sobre todo es un hombre terco en sus propósitos de llevar la cultura a lugares donde a priori es difícil que la semilla dé fruto; tozudo en su protesta contra las instituciones que parecen ciegas ante una necesidad obvia por la que sólo luchan unos cuantos; cazurro de buena encarnadura, dispuesto a inmolarse de cultura para que los demás puedan disfrutar de lo que la cultura ofrece (literatura, música, teatro, etc…).
Angel Fierro está condolido y razón no le falta. Lo escribe en la “Revista de los grandes placeres”, apuntando la ausencia de uno de los principales en tiempos de nieve y frío. Todo empeño resulta inútil cuando las fuerzas vivas de cualquier lugar se muestran reacias a aceptar que la vida sin cultura es menos vida o, en todo caso, una vida más precaria.
Lo que él llama “Cultura vacacional” es el aspecto más oscuro de la cultura, pues se esconde entre el jolgorio, la tradición y el espíritu de las fiestas veraniegas, con el único propósito de cubrir el expediente. Luego, como él dice, nieve y frio. Y soledad; porque un mundo sin libros, música, viajes, ensoñaciones, ilusiones, sin duda, te avoca a la soledad.
Persiste el paisaje; quizá por eso Fierro se ha embarcado en este viaje que parte del sueño y deviene en realidad cruda de un territorio que, además de la despoblación creciente, se surte de pocos alicientes que vayan un poco más allá de la mera supervivencia. Su punto de vista es doliente y poético; indispensable la poesía en este escritor que mira a la montaña, conoce sus senderos más recovecosos, admira su belleza, descubre cada día sus infinitas posibilidades, se descubre ante su majestuosidad y se ofrece, limpio de prejuicios, pero tozudo, terco y un tanto cazurro, para que todo aquel que desee aprender un poco más y sin condiciones de su sabiduría de tiempo y miradas.
Dedica el poeta este ensayo a los ríos de León, desde su nacimiento hasta su desembocadura y busca, al tiempo que el lector (que disfrutará de un estilo claro y depurado y de unas imágenes de gran belleza y justicia) lo que esconden todavía en sus cauces, en sus piedras, en sus signos y en sus designios. Los pobladores que desde el principio de los tiempos han visto transformarse las orillas de estos ríos, renovarse el paisaje, verterse la nieve arrumbada, florecer la primavera, aunque Heráclito lo desmienta, siempre han visto discurrir al mismo rio y éste deja su poso en el fondo. Porque los ríos tienen memoria y ésa es en definitiva una de las mejores explicaciones de su desarrollo y de la evolución de las sucesivas sociedades que se han formado a su vera. Hasta los ríos anegados por los pantanos tienen su memoria y ésta rabia cuando, por circunstancias coyunturales, se abren sus compuertas, sale el agua y aparece el pasado en toda su descarnada configuración; fantasmas hay que buscan su oportunidad, también existe el desarraigo de la gente que fue despojada de sus raíces y de su intimidad, de la tierra y de sus sueños. Julio Llamazares lo sabe y lo escribe. También Benet que escribía “Volverás a Región”, mientras desde la Venta del Remellán construía diques para atesorar el agua del Porma que habría de servir al regadío de territorios con menos privilegios.
Recorrido doliente, digo, que Fierro lleva a cabo con sensibilidad y serenidad, como el explorador que sabe lo que se va a encontrar en su periplo, nada le sorprende, ni siquiera el murmullo de los ríos, incesante e igual a sí mismo desde siempre, por más que el agua en la que te bañas nunca sea la misma.
Al fin, la conclusión nada sorprendente para el autor e, incluso, avanzada la lectura, para el lector, es ese memorial de pérdidas que lleva como subtítulo el libro: perdida de las tradiciones, los nombres de las cosas, el poso de referencias culturales que tapa el agua, la historia de las gentes que sobrevivieron a la Historia, las piedras ocultas que recogen el brillo de la montaña; pérdidas irreparables.
Hay cierta demanda de justicia poética; un gran y loable esfuerzo por abrir los ojos de los magos cuya varita mágica apunta siempre en otra dirección. Esperemos que, en este caso, este esfuerzo sirva para algo más que proporcionarnos una grata y elocuente lectura; aunque el autor, nuestro Ángel, no las tenga todas consigo. Mientras haya ríos, habrá esperanza.