
Lastura. Precio: 12 €.
Luisa Miñana, barcelonesa afincada en Zaragoza, es autora de novelas como Territorio Pop-Pins (2017) o Pan de oro (2006).
Su trayectoria poética se inicia con la publicación de Las esquinas de la Luna (2009), a la que le siguen Ciudades inteligentes hasta llegar a la que ahora nos ocupa.
Este es mi cuerpo es un conjunto de algo más de sesenta composiciones agrupadas en cuatro apartados. Como prueba de la entidad homogénea del libro, se hallan repetidos varios títulos (“Amor”, “Sexo”, “Demencia” o “Cyborg”) en las distintas secciones, como si los mismos motivos fueran desarrollándose con diferentes tonos y matices, lo que nos da a entender que la realidad que el sujeto mira no deja de mutar al compás de las circunstancias, en esas idas y venidas del yo al cuerpo y viceversa. Algunos poemas son breves y contienen la emoción en una exploración introspectiva. A pesar de ello, los poemas tienden a lo narrativo, pues los versos se estiran, como si necesitasen un cauce mayor para relatar desde distintos planos temporales la corporeidad del sujeto. Algunos necesitan extenderse y sobrepasan las dos páginas.
La idea que subyace en este poemario hace referencia a la conciencia que tiene el sujeto de su cuerpo y su relación con el mundo. La conciencia del propio cuerpo -y las experiencias que aportan- fue apuntada en el postulado “Soy mi cuerpo” desarrollado por Maurice Merleu-Ponty (1985), según un punto de vista fenomenológico de la filosofía, en la que la figuración del sujeto se sustenta al mismo tiempo en la noción del cuerpo propio, de lo que se deduce una corporalidad subjetiva.
La elección del repertorio paratextual en Este es mi cuerpo complementa perfectamente todo el ideario. Comenzando por la cita inicial de Cernuda: “No decía palabras, / acercaba tan sólo un cuerpo interrogante”, lo que nos sitúa ante varias incógnitas: ¿conocemos de verdad nuestro cuerpo? ¿cómo interactúa el sujeto con el objeto? Pero las citas, como ha quedado dicho, deben ser atendidas por la notoriedad que comprenden y por el amplio espectro intelectual que conforman. No pertenecen sólo a poetas (Lorca, Neruda) y narradoras (Mary Shelley), sino también a pintores (Mattise), a filósofos (Santiago Alba Rico) y a ensayistas (José Antonio Sánchez). Tampoco todas se extraen del formato físico, sino también del digital (blog de Cine & Letras), o de un chiste (Gila). A pesar de todo este inventario, no hay un afán culturalista de mostrar conocimientos, sino el hecho de proporcionar a la obra un bastón, un complemento para que el poema se apoye y tome vuelo.
La elección de un elemento tan complejo requiere descripciones casi anatómicas en la primera sección, llegando acumular hasta nueve elementos, esenciales, muy visibles (cabeza, ojos, manos, piernas…). El sujeto se sitúa en el otro para adquirir una visión más compleja antes de aceptar el cuerpo, donde el personaje Duchamp pretende huir: “Dadme los cielos verdes de las grandes ventanas / de Matise, susurraba Duchamp”. En esa conciencia se generan distintos polos opuestos, expresadas en dicotomías (abrir/cerrar, vida/muerte, organismo/máquina, naturaleza/educación) subrayan la inseguridad: “y también lo incierto / que me aguarda”, llegan a reflexionar el final del cuerpo: “y no duele y duelen los labios y el silencio, / y no duele finalmente la muerte”. El sujeto se reconcilia con la parte femenina prominente: “He vuelto a perdonarlas y me cuido de ellas”, haciendo que el tono sea decisivamente crítico: “Siempre cambié de acera para no tropezarme / con los que miraban las tetas”.
A la hora de revestir el cuerpo, en la sección más breve, “Cosmética”, en realidad, otro lugar para que reflexionemos acerca de la utilidad del “maquillaje”, “rimmel” o la “moda”, en tanto si ocultan la edad, realzan las partes más bellas, o, si por el contrario, nos hacen sentirnos seres superficiales que no aceptan la envoltura tal cual es: “Imitad mejor a la Victoria de Samatrocia, / fiel a sí misma durante siglos, / que oculta su perfil menos favorecido / si renunciar al vuelo”. Pese a este tono encendido, muestra el deseo de ir de un perfume a otro, pero manteniéndose fiel a uno, y confiesa que halla su sentido en capturar el recuerdo de otro cuerpo: “Lo hago por la memoria, / por el poder de invocación de los perfumes / sobre cuerpos que ya no son mi cuerpo, / por su poder para resucitar el tiempo.
En “Taras” figuran, entre los muchos males que agreden nuestro cuerpo, las migrañas, que son de los peores, por no tener remedio: “Cerrar los ojos y estarse quieta suele ayudar, / ya sabes, a que el dolor retroceda en su avance / por tu delgada y, al parecer, desprotegida / sin remedio corteza cerebral”. Los trastornos somáticos apuntados recorren desde la psique hasta la matricis; insomnio, malas digestiones, cervicales, anemia… La toma de conciencia de Miñana nos recuerda lo que tanto sabemos –y en ocasiones descuidamos–, nuestra envoltura es demasiado frágil al óxido del tiempo. Ahí se origina el conflicto entre lo que uno es y lo que uno ha de ser, entre lo que es por naturaleza y la propia aceptación cultural, como se describe en el poema “Útero enfermo”: “No poseo una infancia a la que regresar, / la extirpé de mi útero como a un cáncer. / Y no consigo perdonar”.
Y en último lugar, las “Ortopedias”, el atropellado fluir causa desmanes en nuestra vista: “Mis ojos, / que se cansan, que enrojecen y expanden / en lágrimas. Lágrimas que son lentes”. Sin embargo, varios de los elementos negativos dejan en el lector un rastro de sabiduría. Nos lleva a ver que la soledad provoca que su pensamiento se esparza, o que los libros sean su tabla de salvación. La necesidad de sentir amor se muestra en “Teléfonos” y “Pantallas”, donde el disfraz y el ser otro concluye en advertencia: “Así, que te lo advierto, para que no argumentes / luego con reproches: ten en cuenta que alguna / vez, cuando me ames, / seré mi otra versión amándote”.
Hemos dejado para el final, el guiño que Miñana hace al lector, los poemas cuyos títulos se repiten antes de concluir cada sección porque, en una lectura circular, el contraste de los matices sugiere un mayor desgaste: “Soledad”, “Amor”, “Muerte”, “Hospitales”, “Demencia”, “Sexo” y “Cyborg”. En sus variantes se deduce la poética del fracaso amoroso y la asunción de que el cuerpo, debido a su extrema fragilidad, debe ser reparado. En cualquier caso, vemos, a través de estos poemas, una evolución por encontrarse consigo mismo, una identidad que era incierta y, al cabo, preclara, asumida.
En el último poema comprendemos las claves de la lectura, en realidad, tan sólo queda el amor frente a la intemperie, he ahí el auténtico mal, el obstáculo insalvable, lo que nos hace mellar: “Este es mi cuerpo / intervenido, puesto en pie en un principio / por la vida, que de todo se ayuda en su perseverancia, / y reformateado luego por la acción ortopédica / del amor y el desamor / hasta llegar aquí tras sucesivas mutaciones, / cuerpo híbrido el mío”.