Arturo Pérez-Reverte se formó como escritor en las trincheras de los conflictos bélicos, a donde acudía como corresponsal de guerra.
No sorprende su inclinación por los personajes fronterizos y las batallas que recupera para darles brillo literario.
Ya ha llovido desde aquella época en la que Arturo, durante la presentación de alguno de sus primeros libros, nos relataba su último viaje a la guerra en directo. Se le percibía cierto rubor, como el de quien está a punto de entrar en un mundo desconocido, sin saber que llegará a dominarlo. Su territorio, entonces, era el comanche y en él se desenvolvía con destreza: narrar el horror, el dolor, la tortura; etc… precisa del tamiz de la imaginación, de lo contrario sería insoportable, aunque sea de viva voz.
El que presencia una guerra, aun no siendo un contendiente, se convierte en cierto modo en un guerrero también y necesita encontrar la forma de canalizar el sobrante de adrenalina que aún corre por sus venas y contar lo que vio y cómo lo vio. Pero también cómo lo sintió. Nadie está libre de las emociones. Incluso el más frio y feroz guerrero las tiene.
El olor ferruginoso de la sangre derramada, el acero y el fuego atronador, no se olvidan nunca. Imposible abandonar el sendero de la guerra para el guerrero, aunque ya esté lejos de la guerra, en otro lugar y en otras ocupaciones. Narrar la guerra no es sólo contar lo que se ve en la guerra, sino ser capaz de enfrentarse al alma del conflicto, a sus entrañas vaciadas por las bayonetas, a la impronta de lo vivido sobre el terreno cuando, quizá, ya se esté tocando otro asunto, narrando desde el cobertizo del presente o desde el cobijo de la Historia.
Pérez-Reverte ha construido escrupulosamente el escenario de sus novelas; tiene el don de la ubicuidad histórica y reivindica la memoria que atesora y que mezcla con la vida que se vive o se representa. Sabe elegir los temas y los trata con una eficacia abrumadora. Conoce perfectamente hasta dónde puede llegar para no desvelar ese último secreto o sorpresa que sostiene el fluir de la trama. Como la vida fluye hasta que llega la muerte e, incluso, se refleja en la forma de morir; hasta ese momento, todo puede suceder, o nada y, si no sucede, se inventa. Su manera de narrar es cercana y limpia; pero, a su vez, va sembrando el relato de cargas de profundidad que pueden estallar en cualquier momento.
No es de extrañar que se incline por los territorios y los personajes fronterizos. ¿En qué lado se está cuando se está en la frontera? También en los personajes que están en el filo de la espada, la parte que más corta de la espada, la línea que separa al héroe del villano. ¿El destierro es frontera o la coartada perfecta? ¿Se puede estar a ambos lados a la vez?
No es la primera vez que Arturo Pérez-Reverte camina por una línea tan fina y tan colmada de significado. El Cid Campeador es un buen motivo y más aún desde la perspectiva del desterrado que, seguido por un puñado de voluntarios, lucha por la supervivencia en un medio en el que se necesita de la lanza y la espada para seguir con vida. Para colmo, se ha convertido en una leyenda, azote de moros y cristianos, patriota o mercenario del mejor pagador, máquina de matar o ser humano con sentimientos; y es sabido que las leyendas, a pesar de su fortaleza aparente, su impenetrabilidad, cuentan con fisuras abiertas a la tentación del investigador o el curioso.
Arturo se ha documentado mucho, como siempre que se enfrenta a un nuevo reto, para esta novela; pero se ha dejado guiar por su intuición y su conocimiento de las artes y los horrores de las guerras. Conoce el paño y ha logrado la mejor manera de bordarlo: con delicadeza y sosiego en medio de la trifulca de la sangre y el empecinamiento. Llega al lector porque quiere llegar a sí mismo, el primer lector; parte de la leyenda y arriba al jinete, humano, con emociones, heridas, sangre, sueños y cansancio. Sidi, como lo llamaban, héroe o villano, puede morir en un lance de espada o degollado por una daga en mano maestra, pero no puede dejar de guerrear; por la supervivencia y porque el destino así lo manda. Las leyendas no mueren; pero se pueden modificar, posibilidad de la que el autor no se ocupa. Su reto es escribir una aventura de la que disfrutemos todos, después de él claro está, y en la que muchas veces tengamos la sensación de estar participando. A fe que lo ha conseguido.
En fin, ha llovido y llueve, llueven libros, libros que se escriben y libros que se leen, éxitos profesionales, premios, honores, viajes, experiencias y, al cabo, siempre es lo mismo: un barco que navega hacia el horizonte, que es el mar mismo. Y una mirada consciente de lo que mira, pero abierta a la curiosidad y la sorpresa. Las guerras quedan atrás y el tiempo se detiene, hasta nueva orden.