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Arquitectura de Berlín. Cuéntame un cuento

Magdalena G. Alonso

Magdalena G. Alonso

Gran hermano

¿Cuál es su trabajo? Supongo que tendrá un nómina, es requisito imprescindible. ¿Tiene previsto vivir aquí por una larga temporada? El alquiler mínimo es de un semestre. ¿Puede mostrarme informes de sus anteriores arrendadores? ¿Vive solo o en familia? ¿Algún niño pequeño? ¿Tiene usted mascotas?

No me hicieron ninguna de esas preguntas.

Me estaba resultando muy difícil encontrar algún piso decente en esta zona de la ciudad. Nada se adecuaba totalmente a mis gustos y a mi presupuesto. Llevaba meses buscando cuando vi el anuncio pegado a una farola. Era perfecto: ni muy grande ni muy pequeño, a un precio asequible, justo en el límite alto de lo que podía pagar, muy cerca del centro pero algo apartado de las principales y ruidosas avenidas llenas de coches y turistas. Me apresuré a marcar el número de teléfono que se indicaba en el papelillo y concerté una cita para el día siguiente.

¿Le molesta sentir en su nuca los ojos del transeúnte que camina detrás de usted en la acera?

¿Le irrita sentirse vigilado mientras trabaja?

¿Se pone nervioso si en el metro alguien establece contacto visual con usted?

¿Le incomoda que otro pasajero lea con disimulo el periódico que usted sostiene?

¿Le resulta violento ir a una playa nudista?

Estas fueron algunas de las preguntas que me hicieron antes de enseñarme el apartamento de la calle Dorotheenstraße.

Extrañas, ¿verdad?

Berlín Collegium Hungaricum, escultura gigantesca del hombre amarillo por Robert Gragger

Ovni

Aterrizamos en medio de la oscuridad. No sabemos cuánto tiempo hace de eso porque aquí los periodos de luz y ausencia de ella se suceden con una rapidez  a la que no estamos acostumbrados. Al llegar abrimos las puertas para comprobar la calidad de la atmósfera que nos rodeaba (no es óptima, pero sí aceptable para nuestros órganos respiratorios), y antes de que nos diéramos cuenta toda la nave se estaba llenando de  criaturas. Comenzaron a subir por las rampas sin percatarse de que estaban entrando en una propiedad privada. Tampoco parecían notar nuestra presencia. Caminaban manteniendo el equilibrio admirablemente, teniendo en cuenta que solo los sostienen dos patas. Subían, bajaban, se acercaban a las paredes de cristal y hacían mucho ruido emitiendo sonidos extraños. Unos salían, pero cuando parecía que nos iban a dejar tranquilos otros entraban. Cada vez más. Era insoportable. Tuvimos que cerrar las puertas.  Hemos enviado una consulta a nuestros mandos y estamos esperando instrucciones para saber qué hacer con los que se han quedado dentro.

Cúpula del Reichstag. Arquitecto: Norman Foster

Organización

Somos un vecindario organizado. Cada uno tiene su lugar. Utilizamos un sistema simple.

Cualquiera lo puede entender fácilmente.  Solo hay que mirar desde fuera y aplicar la lógica.

Si llevas una existencia basada en la rutina y no tienes lugar para improvisar.

Si cada uno de tus días es igual que el anterior y muy parecido al que le sigue.

Si te agobias si el lunes no puedes poner la lavadora ya que llueve a cántaros.

Si  siempre necesitas un plan y cualquier cambio te pone los nervios de punta.

Si eres cuadriculado, serio, y “rajatabla” es una de tus palabras favoritas.

Si has notado que puede  que las cinco últimas oraciones tengan el mismo número de letras.

Si las has contado para cerciorarte de que es verdad.

La tuya es la parte gris.

Tras la fachada color terracota están los que se saludan con calidez al encontrarse en el ascensor cuando van al trabajo por la mañana y vuelven por la tarde algo cansados pero aún tienen fuerzas para sonreír al vecino. Los que decoran el salón con flores de pétalos anaranjados y aroma penetrante. Los que no tienen miedo a achucharse en público. Los que tienen altibajos y no se avergüenzan de ello.

Es sencillo adivinar dónde vive el vecino que cada mañana sale a correr  al parque de enfrente y va a llevar a su hijo al colegio pedaleando en ese tándem tan gracioso, los dos con el casco arco iris. El que recicla con entusiasmo y cada día baja la basura en bolsas de mil colores diferentes. Y el que recibe cartas de Greenpeace bimensualmente y participa en todas las manifestaciones contra el cambio climático.

Somos un vecindario organizado.

Embajada de Austria Stauffenbergstraße 1 / Arquieetcto : Hans Hollein

¡Estoy aquí!

Yo estaba aquí primero. Bueno, nosotras estábamos aquí primero, todas nosotras.

Llevábamos una vida tranquila; ajetreada, pero tranquila. Ya sabes: buscar comida, almacenar comida, comer, poner huevos, criar larvas… Lo típico.

Un día empezaron las molestias, los ruidos, los golpes, los terremotos. Los fuimos sorteando como pudimos, adaptándonos al jaleo. En una asamblea se decidió que a pesar de todo era mejor quedarse. Fue un error; al menos para mí.

¿Por qué yo? Yo entre cientos, o entre miles, que nosotras no tenemos un censo oficial y nunca se nos ha ocurrido preguntarnos cuántas éramos. Yo. Yo fui la única a la que no le dio tiempo escapar de la zarpa, garra, pataza que se posó justo encima de nuestro sendero marcado con sutiles feromonas que nos ayudaban a orientarnos entre piedras y hierbajos primero y luego entre tubos, ruedas, botas y toboganes por los que se deslizaba, aparentemente inofensivo, el hormigón.

¡Qué ironía! ¡El hormigón!

En fin, resumiendo; me quedé atrapada bajo la pata delantera izquierda según se mira de frente a la fachada principal. Grité, hice  contorsionismo del bueno, en desesperados intentos para deslizar mi abdomen, mis minúsculas seis patitas y mi cabeza con antenas fuera de este agujero donde estoy confinada. Todo fue en vano.

Menos mal que mis compañeras no me han olvidado; Me traen comida cada día, aunque acabaron por mudarse y ahora tienen el hormiguero en el jardín trasero de este edificio con el que arquitectos   y turistas quedan asombrados. Los veo pasar, cuadernos y cámaras en ristre cada día. ¡La de fotos que le hacen! ¿En cuántas estaré yo, debajo de la dichosa pata de este armadillo gigante desgañitándome para ser socorrida?

Bolsa de Berlín o Ludwig-Erhard-Haus , Fasanenstraße 85 Arquitecto: Nicholas Grimshaw.

Shell (El mar)
Mi relación con papá siempre fue difícil, forzada, fría… Para qué andarnos con rodeos, no nos soportábamos. Mamá intentaba mediar y rebajar tensiones, pero lo nuestro no tenía solución, teníamos posturas irreconciliables y una visión de la vida totalmente opuesta.

-¿Cómo que navegar? ¿De dónde te vienen esas ideas? Si en  Berlín ni siquiera hay mar… Déjate de tonterías. Estudiarás arquitectura, como tu abuelo y como yo. ¡Faltaría más! ¡Navegar! ¡Lo que hay que oír!

Sí, ya sé que debería haberme largado a cumplir mi sueño, viajar hasta Hamburgo y enrolarme en cualquier carguero sin importarme el rumbo, con tal de que la travesía fuera larga y azarosa. Conocer puertos, ciudades, mujeres misteriosas. Desde niño había imaginado mi vida así, a bordo de cualquier cosa capaz de flotar. Trabajar con el sonido del viento y el agua como música de fondo.

Pero no pude hacerlo. Mamá suplicó, lloró y volvió a suplicar para que me quedase.

-Por favor, Emil -eres mi único hijo-haz lo que dice tu padre-eres un buen chico-estudiar arquitectura es lo mejor-hazlo por mí-seguro que te encanta cuando empieces-no me des este disgusto-por favor Emil    -mi único hijo- mi único hijo.

Y me quedé. Estudié arquitectura y acabé con matrícula de honor. Fui el orgullo de la familia.

Papá murió ayer.

Yo he hecho un edificio de olas.

Shell Haus, Reichpietschufer 60 Arquitecto : Emil Fahrenkamp

Karl y Ángela

Karl era impulsivo, osado, un aventurero nato. Un loco de las alturas.

Ya de niño se empeñaba en trepar hasta lo más alto de todo lo que formaba parte de su mundo cercano: se encaramaba a los barrotes de la cuna, escalaba el sofá, saltaba del más elevado de los peldaños de todos los tramos de escalera que encontraba. Aparte de algún rasguño esporádico, unos cuantos cardenales y cinco puntos de sutura en una ceja, no había sufrido daño alguno en sus innumerables peripecias desafiando a la gravedad.

Es lo malo de dejarse llevar; de confiar demasiado en la suerte.

Claramente aquella tarde no era el momento adecuado: hacía frío en Berlín, el viento soplaba con unas rachas especialmente violentas y de vez en cuando venían acompañadas de unas gotas heladas que más que lluvia parecían proyectos de granizo. Pero cuando Karl tenía un plan no era de los que se apartaban de su objetivo a la primera dificultad.

Disfrutó de la vista del Tiergarten,  observó a los animales del zoo, saludó desde el aire a los que paseaban a la orilla del río y redujo su altura para ver de cerca esa curiosa construcción con forma de concha cerca del complejo de edificios del Bundestag, una hilera de paralelogramos con el cubo de la Cancillería Federal al fondo. Entonces le sorprendió un golpe fuerte de viento que lo desequilibró y lo arrastró sin darle tiempo a tomar el control de su parapente naranja. Intentó reaccionar pero era demasiado tarde. Se preparó entonces para el golpe y la tensión que aplicó a todos sus músculos contribuyó a amortiguarlo algo. Cayó en la terraza del ático y el impacto sonó seco y rotundo. Se había hecho daño, sobre todo en una pierna; se sintió mareado y confuso, pero reconoció los pequeños ojos azules y las inconfundibles facciones del rostro que se inclinaba hacia él. Ángela no le pareció tan seria como en la televisión.  

Cancillería Federal, Willy-Brandt-Straße Arquitectos: Charlotte Frank y Axel Schultes

Liliput

Una siempre ha sido bajita. La bajita.

Y no la bajita en comparación con estos de ahora, tan exageradamente altos. Qué va, soy baja incluso en comparación con los normales, con los de altura media, con los de toda la vida. La más bajita de mi calle, de mi barrio; estoy por decir que hasta la más baja de la ciudad, aunque no puedo asegurarlo.

Es duro. La gente camina con la vista al frente… y no te ve. Pasan a tu lado y ni se enteran de que estás ahí. Es claustrofóbico y agobiante encontrarse encerrada entre gigantes. Es difícil. A menudo quieren pasarte por encima. Eres una presa fácil y tienes que aprender a defenderte. Dado mi tamaño aprendí que pasar a la ofensiva no era una buena estrategia.

Lo importante es resistir. Permanecer impasible siguiendo fiel a tu esencia. Hacer ver que eres importante precisamente por no ser como los demás. Así, cuando van pasando los años descubres que lo has conseguido. Eres única. Eres importante. Eres irreemplazable. Ha llegado el momento en que ser pequeña ya no es una característica en tu debe. De pronto pasa a ser un valor al alza.

Y te hacen monumento histórico. Y dejas de ser invisible.

Wittenbergplatz U-Bahn Arquitecto : Alfred Grenander.

Grietas

Encerraron al monstruo en una estructura laberíntica, una estrella convertida en rayo con pasillos que acababan en ninguna parte, con paredes sin  ángulos rectos y con “vacíos” capaces de  desorientar  y aturdir al prisionero. Cubrieron toda la estructura con metal.  Era un monstruo  muy peligroso y había que ser muy cuidadoso en su custodia. Nunca se sabía cómo iba a reaccionar. Sin embargo con el transcurrir de los años  parecía que se debilitaba y decidieron  suavizar sus condiciones de encierro. Rasgaron el revestimiento  metálico con pequeñas aberturas. Eran pocas y pequeñas, pero dejaban pasar la luz y el ogro  podía atisbar el exterior desde ellas y ver florecer los árboles cada primavera. Fueron generosos, pues eso es mucho más de lo que él había permitido a sus víctimas cuando arrasó la región.

Pronto se dieron cuenta de que las grietas, además, cumplen otras funciones;  como son estrechas y angostas  impiden que la historia se escape,  no permiten  que el horror salga, logran que la indiferencia no entre, consiguen que el recuerdo del exilio y del holocausto permanezca y ayudan a los habitantes del lugar a apreciar la libertad de la que gozan. Es importante no olvidar que la amenaza sigue ahí, acechando y empañando con su aliento  los cristales de las cicatrices en la fachada de cinc.

Museo judío , Lindenstraße 9-14 Arquitecto :Daniel Libeskind
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