Colombia 1920. Dos hermanas de leche. Dos destinos. Una vida.
Con sólo 20 años, la protagonista de Algún día hoy se convierte en la heroína de una de las primeras huelgas femeninas de la historia.
Se cuenta que Ángela Becerra dejó una fulgurante carrera como ejecutiva de una importante empresa de publicidad para dedicarse a tiempo completo a la escritura. Independientemente del origen y la causa de tan difícil decisión (al menos, para los escritores mortales cuya supervivencia no depende de llenar páginas de futuros e improbables bets-sellers, sino de entregarse a labores menos artísticos), al margen de su cobertura financiera (que sólo le compete a ella), esa decisión le ha dotado de una aureola de bohemia del siglo XXI o, cuanto menos, de una pasión arrebatada por la escritura. En un siglo, precisamente, en el que no parecen tener cabida ni la bohemia (tal como se la conoce tradicionalmente) ni la vida fuera de las coordenadas del buen vivir.
Un siglo nos separa de 1920, donde se sitúa la trama de la última novela de Ángela Becerra, año en el que comienza una década crucial para el destino del mundo y, a mi juicio el mundo de los bohemios ha sido sustituido por el orbe de los financieros. Editar libros se ha convertido en un negocio ajeno a veleidades artísticas; lo que no va a vender (los dueños del marketing son capaces de predecirlo) no se publica; los que quieren vivir de la literatura que empiecen a trabajar en un banco (así aprenderán que no es arte todo lo que reluce), en la hostelería, la enseñanza o, en el mejor de los casos, el periodismo (nunca el periodismo cultural, mejor los deportes). De esta manera, podrán empezar una provechosa carrera literaria.
No me malinterpretéis. No quiere decir esto que menosprecie la decisión de Ángela Becerra. Todo lo contrario; me parece una decisión valiente, aún en el caso de que tuviera un buen respaldo económico. Una decisión valiente que, a lo que se ve, le ha salido bien, pues desde la publicación de su primer libro no ha dejado de recibir premios que, a juzgar por su obra, no resultan descabellados ni inmerecidos.
Hay muchas cosas a tener en cuenta en la Ángela escritora. No se anda por las ramas, no busca laberintos, encuentra soluciones a los problemas que todo argumento presenta cuando se transforma en prosa, es directa, clara, cuida la estructura de la novela, describe bien, conoce el vocabulario, va directa al corazón, juega con las emociones y mantiene la intriga, aunque parezca que todo está escrito y que el destino es uno porque ya ocurrió. El prurito de todo escritor es devolverle a la realidad parte de lo que nos ofreció, sólo que mejorado, pues la literatura sirve para eso, principalmente, para mejorar la realidad aunque ésta ya haya pasado y pertenezca a esa nebulosa ecléctica que es la memoria.
Sólo diré algo negativo (si es que lo es) respecto a su última novela Algún día, hoy (ganadora del premio de novela Fernando Lara en Planeta) y se refiere a la medida de las novelas. Me disgustan cada vez más (lo que no es un demérito) las novelas rio (antes se las llamaba así), largas, interminables (813 páginas ésta). Dudo de que se pueda mantener la tensión, la intriga, el estilo, evitar repeticiones innecesarias, etc… Ángela Becerra hace un enorme ejercicio de pericia y afronta el reto con ganas; otra vez valiente.
Me gusta, sin embargo, la entrega de la autora a lo que cuenta y esa entrega la lleva a ser escrupulosa y a pretender que no nos perdamos el mínimo detalle. Aspira a escribir la totalidad de la trama y todas sus aristas y, salvo en algunos tropiezos sin relevancia, lo consigue. También la elección de los asuntos. El de las hermanas de leche, una pobre y otra rica, pero inseparables, la lucha por la vida en sus dos variantes más extremas. Y, por supuesto, en tiempos de lucha por la igualdad de géneros, la elección de la heroína, una de las primeras en protagonizar una de las primeras huelgas femeninas de la historia. Buen asunto para un Premio que desemboca en el verano, buen momento para leer con calma este libro que vuela a ras de tierra.