
Editorial Pepitas de Calabaza, Precio: 22,80 €.
Emerson adivina cómo se infiltra la ignorancia, la ordinariez y la chabacanería en el funcionamiento de las sociedades.
Toda su obra, y también sus ensayos postreros, puede leerse como una llamada a preservar lo esencial de la humanidad.
Ralph Waldo Emerson, el maestro del trascendentalismo y tal vez de la literatura norteamericana contemporánea, al tiempo que me encandila con su sopesado pensamiento, siempre me serena, me allega, en lo posible, a la templanza. La ejemplar y meritoria editorial logroñesa Pepitas de Calabaza nos trae ahora al español, íntegramente, el último libro preparado y supervisado por el filósofo de Concord, Sociedad y soledad, pensado como segunda parte de La conducta de la vida.
Sin prescindir nunca del asombro permanente ante lo creado, las doce conferencias que componen el volumen, convertidas en pequeños ensayos, abordan, con su habitual elegancia clásica, desde las cualidades del orador en el arte de la elocuencia, “la mejor expresión de la mejor alma” a diversos aspectos de la vida doméstica, donde está “el espíritu sutil de la vida”, de la época, a partir de los que establece una de sus recetas vitales: vida sencilla y pensamiento elevado, de tal manera que el ajetreo y el azacanear con los que las obligaciones cotidianas asfixian el necesario reposo no nos lleven directamente al olvido de la belleza y de la cultura.
Esto último, que detectó Emerson con su proverbial agudeza, es una de las disfunciones, por llamarlo suavemente, del estado de bienestar presente. En realidad toda su obra, y también sus ensayos postreros, puede leerse como una llamada a preservar lo esencial de la humanidad, que empezaba ya a peligrar y actualmente se desecha por considerarse una antigualla, craso error, a mi juicio. Por eso defiende sin ambages el argumento de autoridad intelectual, la ejemplaridad ética y de conducta, la admiración hacia lo excelso y hacia las eminencias… en definitiva la civilización, término difícil de perfilar pero decisivo frente a la barbarie, de continuo agazapada y amenazante. Su perspicacia al adivinar cómo se infiltra la ignorancia, la ordinariez y la chabacanería en el funcionamiento de las sociedades es otra de las múltiples razones para leerlo, según se está poniendo el percal.
El título procede de la primera conferencia. Convencido, en coincidencia con el retrato del poeta de Baudelaire en “El albatros”, de que incapaz “para cualquier cosa útil” no hay “ni un hombre de rasgos excelentes que encaje en la sociedad” y de la “necesidad de aislamiento propia de los genios”, diríase que de cualquier persona pensante, y en vista de que “la soledad es impracticable y la sociedad fatal”, recomienda pragmáticamente “mantener la cabeza en una y las manos en la otra”, propone “cierta mediación entre los estados ideales de la soledad y la sociedad de escritor”, ya que no se puede “prescindir de hombres cultivados” certeza hoy también en entredicho, pues se les ignora cuando no se les silencia. Luego esparce otras lecciones reposadas sobre el arte, que “ha de ser un complemento de la naturaleza, puramente subsidiario”, porque “nada extravagante, nada caprichoso perdurará”. O sobre el valor, lo relativo del éxito, el deslinde tajante entre artes útiles y bellas artes o la profesión de agricultor, a la que glorifica, pues “conserva para todos su antiguo encanto, por ser la más próxima a Dios, la causa primera”.
Emerson nunca ceja de aquilatar sus reflexiones en pos de lo bueno y lo verdadero, de guiar su entendimiento hacia la humildad mediante un derroche de sensibilidad y nobleza de espíritu y un prodigio de prudencia, inteligencia vasta y juicio sólido y ponderado, contra toda forma de pereza, presunción, apariencia, dejadez, gloria o pasión por la fama repentina, a favor de la naturalidad en el trato, el sacrificio personal y el amor al conocimiento y al arte, el amor por encima de todo. “He oído que quien ama no envejece”, dice con su habitual reserva hacia el término de su última conferencia, una apología sobre los beneficios de la vejez, la edad del apaciguamiento, a partir de ‘De senectute’ de Cicerón, tan saludable en estos tiempos de furor juvenil en todos los órdenes sociales. Y entonces sabemos que, aun bajo el imperio del tiempo, la lectura de Sociedad y soledad nos ha proporcionado una duración distinta, la que deriva del aprendizaje, del “secreto del poder acumulativo, de avanzar en uno mismo”, lo que implica “la facilidad de asociación, la capacidad de comparar, el cese de todas las ideas fijas”.