
Ed. Fórcola. Precio: 19,50 euros
En 2012, Amelia Pérez de Villar publicó «Dickens enamorado» (Fórcola), un interesante ensayo biográfico que explora un territorio poco transitado en torno al gran novelista británico. Se centra en las relaciones sentimentales del autor de David Copperfield surcadas quizá más por el desamor y sobre todo por no pocas dificultades, más allá de su matrimonio con Catherine Hogarth, que le dio diez hijos. El caso más representativo fue su idilio con María Beadnell, quien si bien al principio atendió los requerimientos de un Dickens que intentaba abrirse camino como periodista y escritor, finalmente aceptó la decisión de sus padres que le prohibieron casarse con un pretendiente de tan incierto porvenir. En esta obra, aun siendo un ensayo, podemos apreciar el talante narrativo de su autora -también traductora de inglés e italiano-, destinado sin duda a desplegarse en la novelística.
Y, en efecto, así fue. Pocos años después vio la luz «El pulso de la desmesura» (Fórcola), un brillante debut con «la historia de Lola B», que ella misma nos cuenta con voz poderosa en un torrencial monólogo, que se eleva por encima de la angustia y la desesperanza que la cercan. Una novela que destila lirismo en la búsqueda de la identidad personal que tantas veces no se deja atrapar.
Ahora, con «Mi vida sin microondas», Amelia Pérez de Villar confirma sus excelentes dotes en una obra protagonizada también por una mujer, Clara, que, como nos confesaba Lola B., también tiene “el alma hecha jirones”. Pero tiene que aprender a vivir “sin microondas”, símbolo de una existencia convencional y aparentemente feliz que un día estalla en pedazos. Acaba de divorciarse y ha de recomponer su vida y su alma, debe amarrar un futuro que se presenta incierto. Pero la tarea no resulta tan simple: “Y aquella tarde me di cuenta, por fin, de que no iba a ser tan fácil como había imaginado. Que esto era sólo el principio. El “se acabó”, para ser exactos, había sido sólo el principio. Y el resto…., el resto no sabía por dónde amarrarlo. Lo más sencillo resultó ser lo que en los comienzos me había parecido más complejo: tomar la decisión, tirar por la calle de en medio y explicar a los chicos que, a partir de entonces, sus padres iban a vivir cada uno en una casa distinta y ellos con mamá”.
Clara se cambia de domicilio y se instala en un popular barrio madrileño en el que la llegada del alemán Klaus, rebautizado como Carlos, ha causado gran revuelo. Klaus trabaja en la panadería del barrio y también da masajes como fisioterapeuta. Clara entabla con él una relación que iremos conociendo poco a poco, y que le abrirá nuevas posibilidades llenas de sorpresas, incluidas algunas peligrosas, en una vida en la que va descubriendo aspectos insospechados de sí misma. Sobre todo que “salirte con la tuya es algo a lo que todo ser humano tiene derecho” y que “la soledad que tanto temí, que tanto traté de esquivar en los peores momentos, se me ha revelado como aliada y protectora. Y ha dejado de darme miedo”. Junto a Klaus, en la senda emprendida por Clara, desempeñarán también un papel esencial su madre y su amiga Victoria.
No estamos, sin embargo, ante una novela amarga, ni ante una narración meramente costumbrista, por más que aborde asuntos muy actuales, como la precariedad laboral en la que se mueve Clara y su ir a todo correr para cumplir con sus cometidos. Entre otros aciertos, Amelia Pérez de Villar maneja la ironía y el humor en sus justos términos y huye de la grandilocuencia. Es un retrato no solo de Clara, narradora de la historia en primera persona, sino asimismo del barrio, verdadero microcosmo, de las gentes que lo pueblan, de su devenir cotidiano. Mi vida sin microondas es un caleidoscopio rico, vivo, y de más que amena lectura.