El título de este artículo se corresponde con una famosa frase de Guy Kawasaky, uno de los mayores expertos a nivel mundial en nuevas tecnologías y marketing.
La diferenciación es clave para conseguir tu máximo valor, el cual te otorgará el mercado social en el que te desenvuelvas en función de lo que aportes.
En el campo empresarial, hay muchas formas de valorar una empresa; la más directa es su valor en bolsa, si cotiza, o bien a través de otros métodos, como múltiplos comparables sobre Ebitda y Ventas, descuento de flujos de caja, etc. Todos ellos están relacionados con el mercado en el que opera la empresa, y en esta valoración juegan un papel determinante los productos y servicios que ésta ofrece y su valor añadido a la hora de satisfacer las necesidades de la demanda.
El precio de venta de esos productos y servicios estará, pues, relacionado con el valor añadido diferencial que aporten. De esta manera, aplicando la ley de oferta y demanda, si son diferentes a los de sus competidores, su precio será más elevado que el de aquellos que sean un producto más, sin diferenciación competitiva; los cuales serán más baratos.
Se ha escrito mucho sobre diferenciación como ventaja competitiva basada en la innovación; si bien, conviene dejar claro que debe tratarse de una diferenciación que aporte un mayor valor añadido que su comparable convencional y que satisfaga necesidades, ya que de nada serviría hacer algo distinto que nadie estuviera dispuesto a comprar. Como decía Peter Drucker: «La prueba de la innovación, no es su novedad, ni su contenido científico, ni el ingenio de la idea, es su éxito en el mercado».
Este es un enfoque empresarial sobre la valoración y el precio ligados a la diferenciación; pero me gustaría centrarme en este artículo en el campo personal, veamos:
Siguiendo con el mismo esquema, en el campo personal, la diferenciación es clave para conseguir tu máximo valor, el cual te otorgará el mercado social en el que te desenvuelvas en función de lo que realmente aportes, de tu forma de contribuir a satisfacer las necesidades de ese mercado que demanda tus productos y servicios, un mercado compuesto por: empresas, instituciones, amigos, familiares, compañeros, conocidos… Es aplicable aquí lo comentado anteriormente sobre la innovación; de nada sirve pretender ser diferente sin una contribución práctica que satisfaga necesidades en tu mercado social.
La clave de la diferenciación personal, para mí, está en el talento (capacidad para hacer algo con una calidad por encima del nivel estándar y que además te guste), y la realización personal. Se trataría, pues, de encontrar tus talentos, fijarte objetivos retadores entorno a ellos y desarrollar competencias, tanto emocionales como racionales, para llevarlos a cabo y sentirte realizado, aportando así un valor añadido diferencial.
La consecución de tus objetivos, materializados en una oferta de productos y servicios −tales como: mayor calidad de tu trabajo, mejora en tus relaciones, aporte de soluciones creativas y eficaces al servicio de los demás−, van a ser valorados por el mercado por encima de un nivel estándar; elevando su precio en forma de: reconocimiento, influencia, aumentos de sueldo y promociones, mayor aceptación social, ampliando tu círculo de amistades, mejora en las relaciones familiares…
Si, por el contrario, te dejas llevar y eres víctima de la tiranía de la inercia y la autocomplacencia, vas a ser uno más del montón, porque no vas a desarrollar tu talento, tus objetivos no van a ser relevantes y el mercado social te va a otorgar un valor corriente y, en definitiva, como decía Kawasaky, vas a ser barato, afectando esto a tu nivel de realización. Y no te hagas trampas en el solitario, pensando que no compensa elevar el esfuerzo porque se está muy bien en zona de confort. En realidad, pensar así siempre termina pasando factura; ya que, sin aprendizaje continuo, tarde o temprano te quedarás fuera del mercado (social y profesional).
Te propongo la siguiente fórmula, para determinar tu valor de mercado:
Aprovecho para aclarar que estoy de acuerdo en que se haga una valoración elevada y potenciadora de la inteligencia emocional por encima de la racional en su contribución al éxito, la realización personal y, en definitiva, a la felicidad; pero no debemos dejar a un lado las aptitudes. Los conocimientos no son un sumando, sino un factor multiplicador más, porque está muy bien gestionar las relaciones personales y las emociones y esto tiene un valor enorme; pero sin conocimientos no aportaríamos ese valor añadido al mercado; es decir, no solo es relación sino también contribución práctica a través del desarrollo de las competencias técnicas que te permitan aportar a la sociedad bienes y servicios que contribuyan a satisfacer necesidades sociales con un alto valor añadido.
Centrándonos en la fórmula propuesta, los tres factores −proyecto, actitud y aptitud−, conforman tu valor y todos ellos están interrelacionados, retroalimentándose entre sí. De manera que, si tienes un proyecto que te motiva, quizás tengas unos conocimientos que fueron los que te impulsaron a diseñarlo; o bien que ello haga que los adquieras, aumentando tu capacidad de aprendizaje por lo motivador que resulta.
Si, por ejemplo, tienes unos objetivos y, en relación con los mismos, tus miedos y paradigmas son elevados, ese cociente va a tener un valor más pequeño; de la misma manera, si el objetivo no es motivador, no va a potenciar tu actitud en forma de voluntad y trabajo para desarrollarlo y no aplicarás adecuadamente, o al menos en toda su extensión, tus conocimientos y experiencia.
Si tus objetivos no son muy relevantes (no son diferenciadores) y retadores quizás no tengas miedos, pero el numerador de los objetivos será menor, haciendo que este primer factor no adquiera un valor importante, afectando a los siguientes. En este caso, tu contribución y, por lo tanto, tu valor será bajo; vamos, que serás barato.
Mi recomendación es que te fijes unos objetivos S.M.A.R.T. −siglas en inglés de: específicos, medibles, alcanzables, relevantes y acotados en el tiempo−, alineados con tu talento (búscalo, no te conformes) −aquí está la clave de tu diferenciación−; luego mitigues los miedos y creencias limitantes a través de la inteligencia emocional, bien por ti mismo o con la ayuda necesaria, y utilices tus competencias técnicas y conocimientos para desarrollarlos.
Con ello seguro que estas contribuyendo al mercado social de una manera diferencial, porque te sentirás realizado y con ello, sin duda, el valor de tus aportaciones aumentará.
Insisto en que es todo un equilibrio. De nada sirve la inteligencia emocional sin talento ni objetivos definidos y sin aplicación de conocimientos; vamos que tienes que currar sí o sí.
Como decía Bruce Lee:
«Esperar que la vida te trate bien solo por ser buena persona, es como pretender que un tigre no te ataque por ser vegetariano».
Tú decides: O eres diferente o eres barato